Por lo general escribo este artículo del martes, los domingos en la mañana, alargando lo más posible por las “noticias frescas” trascendentes, y ahora, en este “domingo de madres”, experimento la importancia de la fecha que mueve a todo el país, quizás por la culpa de olvidar el año entero y rectificar en un día. Al final, lo nuestro, es la doble moral.
Recordando a mi querida Lucía, madre a tiempo completo conmigo, mi hermana mayor y mi hermano pequeño, esposa amorosa con papá por 54 años, hasta que ambos, con casi tres meses de diferencia, dejaron la vida terrenal, abarco a todas las madres migrantes.
Marcando la diferencia de la migración española de comienzos de la década de los 50 a Latinoamérica, con lo terrible de la actual situación migratoria en el mundo entero, especialmente, en nuestro país, a mi edad de cinco años, con mamá, papá y mi hermana mayor, de 8 años entonces, abandonamos una España de la posguerra y nos radicamos en la Patagonia argentina, donde teníamos un tío abuelo que nos había antecedido.
Mi padre y mi madre reconstruyeron su familia en la querida Patagonia, para entonces despoblada, con mucho viento, frío, sin vegetación.
Venidos de Asturias, en el norte de España, del lugar más verde y hermoso, fueron años muy difíciles y de mucho trabajo, empezando a cero. Y el recuerdo de mi madre es lágrimas, silencio y mucho sufrimiento.
Al igual que ayer, las madres migrantes enfrentan grandes desafíos que las afectan física, mentalmente y en el bienestar de sus hijos e hijas, porque están desarraigadas de su red de apoyo familiar, sin acceso a servicios de salud y con la presión de mantener y cuidar a sus familias.
Y debiéramos de saberlo porque somos un país emisor de migrantes, de mujeres, madres en situación irregular, vulnerables a sufrir violencias de todo tipo, cuya decisión de migrar supuso un tremendo reto, de consecuencias emocionales para sus hijos e hijas, pero presentes económicamente en las remesas que son femeninas, para mejorar la educación y salud de ellos y ellas.
Hoy, me duele mucho la maternidad de las mujeres migrantes pobres, negras, haitianas.
Escondidas hasta morir, ultrajadas por hombres sin escrúpulos, aún autoridades, con miedo permanente porque no tienen a donde regresar porque allí, está instalado el horror y la muerte. Y aquí, también.
Y pienso en Lourda Jean Pierre, colofón de la maternidad migrante en este país que, dolorosamente creyó entender una sola opción.
¿Somos responsables?