Desde que Joaquín Balaguer salió del poder, en 1996, las elecciones dejaron de ganarse en la Junta Central Electoral (JCE); ahora los votos hay que buscarlos entre los electores y frente al ojo avizor de una sociedad que lo escudriña todo.
De modo que cuando usted, como partido o candidato, recibe el rechazo de la sociedad, no importa quiénes integren el órgano organizador de los comicios, porque al final de la jornada los resultados serán los resultados.
Si no, tomen como ejemplo lo que le pasó a Abel Martínez y al PLD en las elecciones pasadas y, anteriormente le había ocurrido algo similar a Hipólito Mejía y al PRD en los comicios del 2004.
Cuando la gente se jarta de un candidato o un partido no hay vuelta atrás, puede contar con el apoyo de mil JCE y perderá las elecciones, y los resultados en las urnas serán invariables.
De modo que, atribuir el mal desempeño en los comicios pasados de un partido, plagado de corrupción, a la labor de la JCE no es más que una irresponsabilidad, demostración de bajeza política e incapacidad de abrir un proceso interno de autocrítica.
Quiérase o no, la realidad es que el trabajo realizado por los integrantes de la actual JCE y sus suplentes no será superado ni igualado por mucho tiempo. Lograron consensuar todas sus decisiones entre los actores del proceso.
Los resultados fueron aceptados por los candidatos apenas horas después de iniciado el conteo, algo que no había ocurrido en el país en décadas, pero que además evidencia la confianza de los candidatos hacia la JCE, que nunca cuestionaron la organización del proceso.
Sólo algunas voces aisladas, buscando espacio en los medios de comunicación, osaron en algunos momentos verter críticas que terminaron siendo desechadas por la sociedad. Muchos de esos críticos no fueron capaces de lograr siquiera espacio en sus propios partidos, ya que optaron por varias candidaturas y en todos los escenarios fueron rechazados por sus compañeros.