En estos últimos años, se habla de la cultura del miedo como un fenómeno conscientemente dirigido cuando se trata de política del alarmismo, a la vez de considerarla también, como muestra espontánea de la sociedad en tiempos de cambios.
Quienes argumentan que es de introducción intencional en la sociedad, lo señalan en técnicas deliberadas para alarmar, mostradas, por ejemplo, en la selección de noticias y la manipulación de contenidos, de estadísticas o números, la estigmatización de colectivos, contenidos morbosos relacionados con la violencia que sea, la tergiversación y utilización de afirmaciones que no son ciertas para producir aprensión.
Y quienes afirman que el miedo preexiste y surge de forma natural en tiempos extremos, creen que, si es explotado para sacar provecho y, en ese sentido, ambos enfoques se unen, siendo señalados quienes utilizan la situación para explotar ansiedades que les darán ganancias, por ejemplo, en la política.
La cultura del miedo se vale del discurso de odio que tanto estamos viendo “en línea”, en las redes sociales, en el internet, pero también en los medios de comunicación tradicionales a través de los análisis de opinión, constituyendo la complejidad de un equilibrio entre los derechos fundamentales, la libertad de expresión y la dignidad humana.
Actualmente, en nuestro país, como en el mundo entero, hay un ataque despiadado en el discurso hacia las personas o grupos por razones de orientación sexual, género, de etnia y raza, de religión, etc, que es aterrador.
Por ejemplo, en las redes, desconociendo a interlocutores, se les agrede con insultos inimaginables, generalizados y muy violentos.
El discurso de odio se está usando con amenazas a la seguridad de personas o grupos de personas, y en momentos de campañas políticas eleccionarias, se fomenta manipulando, degradando y deshumanizando.
Odiar es una emoción definida como un sentimiento profundo e intenso de repulsa, y solo se convierte en delito si es una agresión, amenaza, ataque o cualquier tipo de violencia, ejercida contra una persona por su condición de orientación sexual, etnia o raza, inmigrante, etc., llamándose delito de odio que, además, tiene una particularidad hacia afuera de incitar a la discriminación.
En muchos casos, las personas o los colectivos vulnerables y discriminados no reclaman sus derechos en justicia porque el odio, generado y/o relacionado con el miedo, también intimida y atemoriza a quien lo sufre.
No es fácil buscar límites al odio, pero, mientras, como dice la filósofa alemana, Carolin Emke, la mejor forma de combatirlo es rechazando su invitación al contagio.
¡Hagámoslo!