Caminé de oeste a este por la calle Juan Enrique Dunant del ensanche Miraflores, convirtiéndose aquella travesía en una extenuante catarsis, encontrándome con recuerdos de niñez y juventud, imágenes tan fuertes como un celular Nokia 3310, pero tan fugaces como la luz de un cocuyo, que ni el implacable paso del tiempo puede borrar.
Indeleble está en mi mente la «sinfonía sórdida» de tiros, bombas y pedradas de Miraflores, estruendosos y letales ruidos protagonizados por la residencia del general Saturnino, barbero de Balaguer, en pugilato constante con los estudiantes del liceo Unión Panamericana.
Sometido a un proceso de gentrificación por especuladores de la tierra —con una densidad poblacional de 1,324.6 habitantes por kilómetros cuadrados, un analfabetismo situado en un 5.6, con la mayor edad en promedio de la Capital, que es de 40 años, y una superficie de 0.80 kilómetros cuadrados, según el Censo del año 2010—, Miraflores se levantó de los vestigios del aeropuerto General Andrews, construido por el dictador Trujillo en el año 1936.
En el libro del periodista, investigador y cobero de Petán Trujillo, François F. Sévez titulado Historia del Circuito Radial La Voz Dominicana (1942-1950), aparece una nota de prensa del periódico La Nación del martes 12 de febrero del año 1946, día en que vino al país por dicha terminal (hoy Miraflores), la megaestrella argentina Libertad Lamarque, de la cual tomo un pequeño trozo que dice: «Largas filas de automóviles recorrían dificultosamente las vías de acceso al campo de aviación.» (p. 49).
Trina de Moya, compositora del Himno a la Madre y esposa del caudillo Horacio Vásquez, dijo que el sátrapa Trujillo nunca le pagó los terrenos incautados del aeropuerto General Andrews, los cuales, según ella, eran de su propiedad, pasando posteriormente a ser Miraflores.