El Índice de Paridad Política (IPP-2024), cuando evalúa de manera integral el progreso de los derechos políticos de las mujeres, en República Dominicana dice que estamos en 49.4 puntos sobre 100, con lo que nos queda un largo camino a recorrer.
Hablar de las dificultades de las mujeres en los partidos políticos y en el ejercicio de funciones representativas, refiere a las acciones de las personas para el desarrollo y la democracia junto a la comunidad, local y nacional, en ejercicio político activo, no al ejercicio ciudadano del voto.
Una tarea que se organiza desde los partidos, y cuyo objetivo es formar y ser canal, a la vez, de la voluntad popular para influir en las decisiones políticas y democráticas, además, del rol fundamental dentro del sistema democrático de dirigir la participación ciudadana.
En nuestro país, donde todos los partidos que han ganado son similares, olvidan la promoción del respeto, la inclusión democrática y el pluralismo político, así como la contribución a la integración de la representación nacional y las mujeres solo se escuchan cuando son eco de los hombres.
En los últimos 30 años, eso se refleja en el quehacer legislativo en el Congreso desde entonces, como lo refleja la historia de 26 años sin poder modificar leyes principales que datan del siglo XIX y así, se siguen aplicando, a pesar de haberse modificado la Constitución cuatro veces, misma que ordena “constitucionalizar”, es decir, actualizar a la reforma hecha a todas las leyes.
Una generación perdida porque solo se legisla cuando hay ganancia política, en una democracia particularizada para intereses de poder que no toca los fundamentales porque son enojosos para el poder. Una responsabilidad directa de todos los partidos “mayoritarios” que, en una generación entera, han dado la espalda al pueblo dominicano.
Esos partidos llamados “mayoritarios”, todos ejercen violencia política de género y minimizan la participación de las mujeres. Me remito a la lucha manipulada y cicatera de la asignación de cuotas femeninas electorales, entre muchos ejemplos.
Y no solo es el discurso doble moral, son las acciones y omisiones dirigidas a las mujeres por ser mujeres del partido que tienen un impacto que les afectan desproporcionadamente, para menoscabar o anular sus derechos político-electorales, incluyendo el ejercicio del cargo.
Entonces, las mujeres que ejercen la política y apenas llegan al “permiso masculino del poder”, lo ejercerán condicionadas desde la mordaza del género que acomoda pensamiento y decisiones.
Su desafío es liberarse de la estructura desigual que oprime a todas.