No es fortuito que su protagonista más deslumbrante y reconocido haya surgido en sus poemas, pues ya en Los elementos del desastre, de 1953, presentaba su rostro enigmático pero cordial Maqroll el Gaviero. La palabra «desastre» es clave para entender la producción literaria de Mutis, pues sus personajes, temas y tonos parecen siempre bordear, sortear o atravesar acontecimientos calamitosos. Es como si el hombre solo llegara a conocer quién es y a descubrir sus mejores cualidades cuando lo rige el desastre.
Él mismo ha confiado ser un pesimista sin remedio. Cree que quien se considere optimista es aquel al que «le faltan los datos». De modo que conocer es obtener la información de que nos hallamos indefectiblemente condenados a la pérdida. Esta por lo general suele ser de dos tipos, bien el descalabro en lo afectivo o en lo efectivo, e incluso a veces en los dos aspectos concurrentemente. Tal vez un apunte del diario del Gaviero en la novela La nieve del Almirante nos resuma mejor esta óptica de pérdidas y nostalgias. Allí describe sus «fantasmas ya rancios» que reiterada y persistentemente lo acosan:
«… el vivir en un tiempo por completo extraño a mis intereses y a mis gustos, la familiaridad con el irse muriendo como oficio esencial de cada día, la condición que tiene para mí el universo de lo erótico siempre implícito en dicho oficio, un continuo desplazarme hacia el pasado, procurando el momento y el lugar adecuados en donde hubiera cobrado sentido mi vida y una muy peculiar costumbre de consultar constantemente la naturaleza, sus presencia, sus transformaciones, sus trampas, sus ocultas voces a las que, sin embargo, confío plenamente la decisión de mis perplejidades, el veredicto sobre mis actos, tan gratuitos, en apariencia, pero siempre tan obedientes a esos llamados.»
He aquí una sinopsis de lo que podría llamarse el universo expresivo de Mutis, tanto en su poesía como en su narrativa.
No resulta extraño entonces que, al recibir la noticia de su designación para el Premio Cervantes 2001, confesara que, por venir de España y tener ese nombre, el lauro alcanzaba una significación profunda y entrañable. Según él, desde niño ha tenido una especial devoción por don Miguel, fundamentalmente por el ser humano que pasó por una vida tan encontrada y dolorosa y difícil. Lógicamente que la ardua y excepcional vida del escritor español y del contenido de su obra suprema deben resultar tremendamente atractivas para un autor cuyos personajes e historias infaliblemente padecen existencias encontradas, dolorosas y difíciles.
Álvaro Mutis, quien ha dejado constancia explícita de su pertenencia al ámbito cervantino, no puede entenderse desligado de sus desusados personajes. Los grandes de la literatura se destacan precisamente por enriquecer el universo literario con esos seres que necesitamos en la vida para comprenderla, para explicarla, para no estar tan solos, para ayudarnos a fundar un sentido. Homero nos dejó a Odiseo, Cervantes nos dio a Quijote y Sancho, Tirso nos legó el Burlador de Sevilla, Don Juan, Fernando de Rojas aportó la alcahueta universal, la Celestina, etc. A esta lista de los insuperables en el siglo XX hay que incorporar al Pedro Páramo de Rulfo, o los Buendía de García Márquez e, inobjetablemente, al Gaviero, a Ilona, a Abdul, paridos por Mutis, todos de una consistencia y una complejidad apasionantemente humanas.
por: Manuel García Verdecia