Era un momento de inestabilidad, de confrontaciones entre los mismos héroes revolucionarios. El general Gaspar Polanco no duró ni tres meses en la Presidencia, a pesar de sus méritos en la Guerra de la Restauración.
Los mismos generales que intrigaron e indujeron a deponer a Pepillo de la Presidencia lo tumbaron, lo apresaron el 20 de enero de 1865. Decretaron pena de muerte, lo acusaron de asesinar a Pepillo de forma sumaria, sin que se le hicieran un juicio.
Los intrigantes fueron Benito Monción, Pedro Antonio Pimentel y Federico García. El historiador Franklin Franco explica que esos mismos generales exigieron al general Gregorio Luperón que les entregara a Salcedo para fusilarlo.
Luperón, de sentimientos más puros, llevó a Salcedo a la frontera para que se exiliara, pero el gobierno haitiano no aceptó. Philantrope, el general haitiano que los atendió, le mandó un mensaje secreto a Polanco diciéndole que el derrocado presidente “no conviene ni vivo ni suelto”.
A Gaspar lo sacaron de la Presidencia de forma humillante. Sus verdugos vociferaban: “Gaspar no es más que un criador de puercos: Es brutísimo y no debe ser Presidente, abajo Gaspar”.
Se referían a que era analfabeto, firmaba los decretos con una cruz. Polanco se escapó de la cárcel y no figuró más en la Guerra de Restauración. Luperón escribió en sus memorias (Notas autobiográficas y apuntes históricos) que el fusilamiento de Salcedo fue un error que ensombreció los méritos de Polanco.
Contrario a la mayoría de los historiadores, el profesor Juan Bosch afirma que el gran héroe y jefe militar de esta guerra no es Luperón ni Salcedo sino Gaspar.
Cree que tiene mayores méritos que Monción, cuyo nombre se le ha puesto a un municipio, plazas y calles. Para el 118 aniversario de la Guerra Restauradora, 1981, Bosch escribió un artículo en el Listín Diario titulado: “Gaspar Polanco, el gran jefe restaurador”.
Piensa que sin la presencia de ese general en la revolución en los primeros 21 días el ejército español derrota a los republicanos.
“De origen campesino, nació en el paraje Corral Viejo, Guayubín, nunca había aprendido a escribir ni su nombre, pero tenía las más extraordinarias condiciones de jefe de armas que hasta el año 1863 se habían reunido un dominicano”, sostiene. Opina que tiene estatura de patriota y debe estar en el Panteón Nacional junto con sus compañeros restauradores.
“Salvo el caso de Pedro María Archambault, los historiadores de esa guerra no alcanzaron a darse cuenta del papel de Polanco.
Roberto Valenzuela