Hace 10 años, por noviembre, escribía en esta misma columna como sobrevivir a los primeros años de vida sin traumas de profundidad, en nuestro país, en un reto en cualquier clase social dominicana porque la violencia nacida del autoritarismo de las personas adultas sobre niños y niñas es una condición común. Sea por hacer o por dejar de hacer, la minoridad aquí está sujeta a la insensatez, abuso y explotación de sus mayores.
Esta niñez demasiado sufrida, sin embargo, tiene un soporte teórico inmenso y en su nombre se crean muchos documentos que mantienen, en la retórica pura, los derechos elementales de los niños, niñas y adolescentes.
Tratados, legislaciones, decretos, resoluciones y hasta diagnósticos e investigaciones, dicen cómo, cuándo, dónde, por qué pasan las cosas. Se firman y rectifican, acallando las conciencias para seguir inventando palabras y frases conmovedoras en los contenidos de discursos de apertura y clausura de actividades en hoteles de lujo o en la toma de posesión y salida emocionante de funcionarios y funcionarias.
Las iglesias promueven espacios para recoger a la niñez desvalida, y las instituciones del Estado confían en ellas ya que el poder se entiende con el poder, por irresponsabilidad, por conveniencia y por negocio. La justicia apaña a la Iglesia, hace causa con ella y se acomoda la venda sobre los dos ojos para no ver ni sospechar, dejando pasar crímenes más que evidentes, como los sucedidos por la pederastia clerical.
El pueblo, lamenta las noticias dramáticas que a diario son reseñadas por una prensa endurecida que busca sensacionalismo para vender, pero sin querer/poder hacer nada, y la angustia existencial se incorpora a la ciudadanía. Todo con la doble moral que, poder, iglesias y pueblo, han asumido en su estructura.
Mientras tanto, niños y niñas siguen aquí penando. Las grandilocuencias discursivas y el verbo de peso se guardan para defender los intereses de quienes todavía no han nacido, lo cual es mucho más fácil porque explota el poder y control masculino y responde a las estrategias del atraso instalado.
Las encuestas hablan de más de una tercera parte de menores en riesgo, de la prostitución, de miles de niños y niñas que duermen en casas donde trabajan, empleados y explotados laboralmente bajo el eufemismo de que “les hacen un favor”; la Procuraduría refiere cientos de casos de abuso sexual infantil, de incesto, violación, etc.
Y entonces, en noviembre, bajamos la cabeza y sostenemos la vergüenza ajena de tantas personas charlatanas con las que compartimos nacionalidad.