Me niego a renunciar a mi existencialismo. Cuando digo esto, no me refiero a mis pasos terrenales; no, me refiero a las convicciones asumidas en mi existencia. Lo que adverso, amores y pasiones.
El existencialismo sustentado por el filósofo francés, Jean Paul Sartre, se basa en las responsabilidades conductuales que adopta el ser humano. Y, según su criterio, en el sentido humanista –lo que no pretendo ser-; expongo lo atinente a lo filosófico y mis principios.
Conforme a lo expuesto y correspondiéndome con el epígrafe de este artículo; puedo decir que podría rechazar la inmigración masiva de haitianos a República Dominicana; pero me niego a odiar al ser humano, sobre todo al que no es dañino y solo trabaja decentemente. En otras palabras, porque nunca he odiado a nadie aunque coloque distancias en ciertas relaciones. No puedo odiar a un infeliz y explotado obrero haitiano. Y en consecuencia, tengo otro enfoque sobre el desborde de haitianos en nuestros tres cuartos de isla.
En Nueva York, hasta dominicanos indocumentados, odian visceralmente a los haitianos; y no solo a los de su condición, sino a todos. Sí que no solo hay una discriminación social contra esta etnia; además hay odio racial. Esto, aunque sea en ciertos sectores que se dejan manejar, y actúan de modo sempiterno.
Si un haitiano hiere, mata o agrede a un dominicano, y en una absurda justicia, sin titubear, se incendian las casuchas de otros que son inocentes: ¿cómo puede calificarse esa execrable acción? Es la manifestación del odio en su más funesta exposición. ¿Qué más hace falta? ¿un genocidio? Pero además, no estoy de acuerdo a que se acosen a parturientas haitianas en los hospitales. Es un abuso de lesa maternidad.
Me resisto a abjurar de los que son mis criterios. Como profesional y ente, que ha atravesado por serios inconvenientes. No concibo que se violen los derechos de inmigrantes inocentes de cualquier delito violento.