La historia nos ha enseñado que hay momentos en los que los pueblos deben hablar con voz firme, sin titubeos ni medias tintas. Hoy es uno de esos momentos. La República Dominicana le dice al mundo, y en especial a esa parte hipócrita de la comunidad internacional que pretende juzgarnos, que no toleraremos un chantaje más, ni un abuso más en contra de nuestra soberanía.
A Amnistía Internacional, que ha cruzado la línea del activismo legítimo para convertirse en instrumento de presiones políticas, le decimos con claridad: no aceptamos sus informes sesgados, cargados de una visión extranjera, desinformada y profundamente injusta con el pueblo dominicano. Ninguna organización puede venir a dictarnos cómo manejar nuestras fronteras, nuestras leyes ni nuestro destino, cuando ustedes mismos han sido cómplices del silencio frente al colapso institucional y humano del Estado haitiano.
Los países que hoy alzan la voz para criticarnos son los mismos que han sido históricamente irresponsables, que han explotado a Haití, lo han intervenido y luego lo han abandonado a su suerte. Son los mismos que hoy cierran sus fronteras, mientras exigen que nosotros, una nación pequeña y con recursos limitados, carguemos con los millones de ilegales que cruzan cada día hacia nuestro suelo. Esa doble moral ya no será tolerada.
La República Dominicana ha sido el país más solidario con Haití. Hemos curado a sus heridos en nuestros hospitales. Hemos educado a sus niños. Hemos brindado oportunidades que ni siquiera su propio gobierno les ofrece. Hemos permitido nacimientos, asistencia médica, trabajo, pan y dignidad. ¿Y cómo se nos paga? Con ingratitud, con destrucción, con violencia.
Instalamos hospitales en la frontera: los queman. Creamos centros de acogida: los destruyen. Facilitamos mercados binacionales: los sabotean. Intentamos el diálogo: nos insultan. No se puede construir nada cuando del otro lado hay un pueblo que, aunque sufrido, ha sido mezquino, malagradecido e históricamente inconsecuente. Y esto no es xenofobia: es un reclamo de justicia.
Somos dos naciones, dos culturas, dos idiomas, dos religiones, dos visiones de vida profundamente distintas. Y el mundo debe entender de una vez y por todas que la República Dominicana no es Haití, no será Haití y no tiene por qué cargar con Haití.
Nuestra paciencia ha llegado al límite. Estamos agotados de pagar por el fracaso ajeno. Estamos dispuestos a resistir con la misma determinación con la que nuestros padres fundaron esta patria libre, soberana e indivisible. Hoy, como en el 1844, como en cada una de las batallas que hemos librado y ganado, defenderemos nuestra tierra con dignidad y sin miedo.
Por: Enmanuel Pimentel
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