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No son 4: son 6

No son 4: son 6

Elvis Valoy

La insaciable sed de poder de presidentes de turno en nuestra historia, ha llevado a crear en el imaginario nacional la idea de que gobernar no es un medio para servir, sino un fin en sí mismo. Parece ser una obsesión de mandatarios que se alimenta con el simple ejercicio del poder.

Este 15 de junio pasado se conmemoraron 98 años del fatídico veredicto del Congreso Nacional, elevando de cuatro a seis años el periodo constitucional presidencial, sentencia que favoreció las desmedidas apetencias supremacistas del presidente Horacio Vásquez.

 «Horacio o que entre el mar», fue la consigna que enarbolaron los conmilitones del líder de los coludos, argumentando que el caudillo mocano fue electo en el año 1924 con la Constitución del 1908, carta sustantiva que establecía un periodo presidencial de seis años, sin la existencia de la figura vicepresidencial.

Vásquez se empleó a fondo para lograr apoyo de la oposición de ese momento y sacar de circulación al vicepresidente Federico Velásquez, quien exigía parte del «botín de guerra» de los puestos de trabajo en el gobierno.

 El 15 de junio del 1927 el congreso modificó la Constitución, otorgándole los seis años a Vásquez, y destituyendo a Velászquez, nombrando en su lugar a José Dolores Alfonseca.

Aún insatisfecho con los seis años, Horacio Vásquez continuó maniobrando para alcanzar su reelección presidencial.

Pero como reza un acertado aforismo, «El ansia de poder convierte al hombre en esclavo de su propia ambición»: el 23 de febrero del 1930, una insurrección proveniente de Santiago, y auspiciada por el jefe de la Guardia Nacional, el sátrapa Rafael Leonidas Trujillo Molina, defenestró del Palacio Nacional a Vásquez.

Trina de Moya, su esposa, dijo que el gobierno del dictador aceleró la muerte de su cónyuge.