Presentes y futuras generaciones no deberían olvidar la tragedia histórica que significó el golpe de Estado contra el gobierno constitucional del profesor Juan Bosch, que cercenó una incipiente democracia con apenas siete meses de vida.
Al conmemorarse hoy el 52 aniversario de tan fatídico episodio, se recuerda que esa asonada fue causa directa, dos años después, de más de cinco mil muertos en una cruenta conflagración civil que devino en guerra patria por la grosera intervención militar de Estados Unidos.
Como causa directa de ese crimen contra la democracia se cita también la inmolación de lo más granado de la juventud dominicana que prefirió el martirio “en las escarpadas montañas de Quisqueya”, antes que claudicar frente al gorilismo.
No debería olvidarse que por culpa de quienes perpetraron ese golpe de Estado, el pueblo dominicano sufrió la prolongación de la conculcación de sus derechos por otros 15 años, incluido el periodo de tres cuatrienios definido como el de tiranía ilustrada.
Fue a partir de 1978 cuando las cárceles desalojaron presos políticos y retornaron exiliados de la intolerancia, aunque se mantuvieron crespones negros en las puertas de cientos de hogares por sus hijos muertos o desaparecidos.
Peor que inyectar a la población dosis de olvido ante ese suceso, ha sido el esfuerzo de historiadores y cronistas por justificar tan execrable quebrantamiento de la democracia, o peor aún, de culpar por ese hecho al presidente que prometió que en su gobierno jamás perecerían las libertades públicas.
Nada justifica ni puede justificar el golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963 contra el gobierno democrático del profesor Juan Bosch, elegido por abrumadora mayoría siete meses antes, que votó la Constitución política más democrática en la era republicana.
Es por eso que hoy, a 52 años de ocurrido ese penoso episodio, se aboga por un antídoto contra el olvido, única manera de evitar su repetición, aunque se advierte que el pueblo dominicano jamás permitirá la conculcación de su democracia, como tampoco lo toleraron las generaciones que enfrentaron a los golpistas de entonces.