En la farmacia Melgen, fundada por el insigne barahonero mi genial amigo el doctor Faroche Melgen Hazoury, ido a destiempo, y luego trasladada a la avenida Rómulo Betancourt casi esquina Canoabo, donde labora una pléyade de capaces, íntegros y consagrados ciudadanos y ciudadanas, que conforman la siempre gentil administradora Fior Daliza Alcántara, cariñosamente Milagros; Altagracia Soto (doña Tatica), esforzada y digna; Candy Cocco, inteligente y futura colega; doña Elsa Pimentel, eficiente y tranquila; Magdalena Sención y Yuni Paula, cordiales y activas, y su máximo ejecutivo, el licenciado Abelardo M. Melgen Acra, ejemplo de la verdadera juventud dominicana, adquirí sorprendido el libro Ocoa, veinte años de vivencias, 1940-1960, de la pluma vibrante de Marcos Soto Tejeda.
En cinco noches leí la interesante obra, saboreando la historia y vivencias de su autor, a quien conocí en San Cristóbal como jugador de béisbol amateur, estudiante del politécnico Loyola y cuando laboraba como intendente de la Superintendencia de Bancos. Las ingentes normativas de Marcos, me invadieron de recuerdos del alma.
A Ocoa, la conocí siendo adolescente, cuando, desde Los Mineros, viajaba junto a Gil y Bica Jerónimo y Andrés Zoquiel a esa ciudad, en una recua de mulos a llevar y vender café en la industria de don Felipe Isa (Yamil), don Rafael Subero, Amílcar Báez y otras figuras cimeras de El Maniel, San José de Ocoa. Y así, a partir de 1963, como deportista, abogado y ex funcionario, viajaba con frecuencia y me hospedaba en la residencia del también insigne ocoeño don Billín Núñez, y allí su hermano, don Roberto Núñez (Manilo), a quienes mucho agradezco, y los hijos de Angélica y Billín, Esperanza, Lourdes, Minerva y dos playboys de esa época, Olivo y Papito, cuando elegantes muchachas desde Santo Domingo viajaban a conocerles y conseguir sus corazones, y ahora cualquier mequetrefe sin personalidad lo califiquen dizque hombre bello del país y hasta del mundo.
¡Lo que hace el dinero! Y allí conocí a muchos ciudadanos, conquistando grandes amistades, como Williams Read Tejada, el licenciado Romero Pérez, ex diputado, al hoy juez de la Corte de Apelación Civil de San Cristóbal, Porcopio Pérez; al ilustre padre King, Juliana Núñez, Betania, Silvio, Chichí, don Negro Jerónimo, mi eterno compadre Peco Castillo, a la bella Charo Castillo, a doña Mena, al destacado deportista William Aziz, al ex síndico Casado, al gigante lanzador Wicho Subero, a mi compañera de estudios Teotiste Rojas, a Tetraides Sepúlveda, laborioso amigo de siempre, a Fior Sepúlveda, al licenciado Roberto Santana, a la atractiva Ángela Encarnación y a su hermano, entre tantos de las tantas glorias ocoeñas del derecho, la justicia y moral con dignidad, el doctor Jorge Subero Isa, presidente de la Suprema Corte de Justicia, de quien mi entrañable madre fue su maestra en la escuela El Firme, sección los Mineros.
Marcos se explaya como ruiseñor enternecido, y parte de su vida, reflejos encendidos en 384 páginas. El prólogo lo escribe el versado Alexis Read Ortiz, quien eleva su numen en las ensoñaciones. ¡Bienaventurado, Marcos, con el nacimiento de tu nueva prole, razones de inquietudes y vivencias del corazón y de tu genialidad!