El aforismo que dice que «La venganza es un plato que se sirve frío», es un viejo proverbio que parece ser la estrella que guía las consuetudinarias decisiones del recién electo presidente estadounidense Donald Trump. Los alfiles del trumpismo consideran que su «mesías», hoy camino a la Casa Blanca, fue objeto de una tenaz persecución política, cercándosele en un complicado laberinto judicial, o «lawfare» en el que participaron conjuntamente sectores del partido Demócrata y el establishment norteamericano.
El vencedor en las elecciones del pasado martes 5 de noviembre no esconde sus ansias de desquite y hasta ha sometido a escrutinio si se lanza o no a la «cacería» de la demócrata Nancy Pelosi, por considerarla parte importante del entramado acusatorio en su contra.
Rencoroso hasta los tuétanos, Trump ha ido seleccionando sus colaboradores con lupa, advirtiendo a exfuncionarios de que «no se vistan que no van»; entre los que están en la «lista negra» figuran Mike Pompeo y Nikki Haley, personajes que fueron rechazados públicamente para acompañarlo en su nuevo gobierno.
El enrevesado mandatario prefirió anunciar para el Departamento de Estado al senador de Florida, Marco Rubio, dejando a Pompeo «oliendo donde guisan», luego de éste mostrar una conducta ventajista, que despertó suspicacias en las filas del empresario inmobiliario neoyorkino. El despiadado derechista se desmarcó de Trump, negándolo como Pedro a Cristo, pero en más de tres ocasiones.
Después del triunfo, aparece este fartusco exagente de la CIA diciendo en su cuenta de Twitter: «Señor Presidente, también me sentí orgulloso de trabajar con usted. Como dijo cuando estuvimos juntos la semana pasada, usted y yo elaboramos el plan que hizo que el mundo fuera más seguro y no se produjeran nuevas guerras», quedando evidenciado el perfil de rígido oportunista de Pompeo.