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OEA: chivo expiatorio

OEA: chivo expiatorio

Luis Pérez Casanova

Es una verdad sabida que si en Haití hubiera oro, petróleo o algún mineral valioso, Estados Unidos y las grandes potencias hace tiempo que hubieran intervenido para impedir la crisis que ha puesto el país al borde de la desintegración.

Aunque la nación no tenga más que violencia, inseguridad y mucha pobreza, la probabilidad de que las pandillas tomen el poder ha puesto en auto a Washington frente a la problemática, como evidencia el reproche a la OEA del canciller Marco Rubio por la supuesta inacción del organismo para gestionar una solución al descalabro social y político del país.

Tras la prolongada indiferencia frente a la cada vez más aguda crisis haitiana, el Tío Sam se ha dado cuenta del riesgo que representaría que las pandillas, (una suerte de versión caribeña de los talibanes de Afganistán), puedan llegar a controlar el territorio. Sería como abrir las puertas al terrorismo, el narcotráfico y a todo tipo de contrabando o facitarle a China la operación de los puertos marítimos y hasta la exploración de tierras raras, que tanto le preocupa a Washington.

Entonces había que buscar una excusa o un chivo expiatorio que Estados Unidos encontró en la supuesta inacción de una entelequia como la OEA. El organismo no puede hacer más que cacarear, como en efecto ha hecho desde que asomaron los primeros síntomas, pero es más que sabido que con cacareo no se va a ningún lado. Y en aras de la justicia hay que reconocer que bajo la gestión de Luis Almagro, el mismo que fue designado por Pepe Mujica como canciller de su Gobierno, la OEA ha tenido una presencia más activa en defensa del sistema democrático y de los derechos humanos.

No es verdad que la OEA ha abandonado la cooperación hemisférica ni sus objetivos esenciales. La verdad es que la organización por sí misma y sin recursos no puede hacer más que ruido para llamar la atención sobre los desafíos que drenan el sistema democrático.

Ese papel que Rubio pidió a la entidad para enfrentar la crisis solo lo puede jugar Estados Unidos, (que en el caso de Haití se ha limitado a sanciones y a una reducida contribución económica), por el liderazgo y los recursos que posee. Pero, diplomático al fin, Almagro se transó al reconocer que el organismo precisa de un nuevo enfoque frente a la problemática.

Si Washington quiere impedir que Haití se convierta en una réplica del Afganistán de los talibanes o que China se alce con el control de los puertos marítimos entonces tendrá que actuar rápido. La crisis haitiana se reduce a la violencia y la inseguridad auspiciadas por las pandillas; la hambruna y la carencia de servicios esenciales que abaten a la población, y la ingobernabilidad derivada de la descalabrada institucionalidad.