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Orgullo y prejuicio

Orgullo y prejuicio

Luis Pérez Casanova

No se trata de la novela de Jane Austen. De lo que se trata es de que, con el patricio Juan Pablo Duarte como estandarte se ha procurado exacerbar, de un tiempo a esta parte, el orgullo patrio. Pero la orientación política y antihaitiana del movimiento que lo encarna es tan visible, que el prejuicio salta a la vista. Puede ser la razón por las que sus acciones apenas han calado en el plano mediático. La masiva presencia haitiana es altamente preocupante, pero también que se apele a un nacionalismo sesgado para defender la identidad y los valores patrios.

El prejuicio ha contaminado la arenga nacionalista. E incluso en la cruzada antihaitiana, siempre con Duarte y los símbolos patrios como escudo, con frecuencia se emplean los mismos argumentos que se utilizaron para bloquear el ascenso al poder del doctor José Francisco Peña Gómez. El odio es tan manifiesto que con los haitianos no se puede ser ni siquiera humanamente solidarios, olvidándose que este país tiene alrededor de 2.85 millones de compatriotas residiendo en el exterior.

Con los conflictos históricos que ha habido con Haití puede entenderse que a héroes como Toussaint Louverture, quien sentó las bases para la erradicación de la esclavitud en el mundo, no se le haga por aquí ningún tipo de reconocimiento. Lo mismo que al expresidente Fabre Geffrard, a pesar de su colaboración crucial en la conspiración que concluyó con la restauración de la nación dominicana después de la anexión a España en 1861.

Pero deja mucho que desear que en tanto se ignoran verdaderos méritos de haitianos se honre a figuras como el racista inglés Winston Churchill, a John F. Kennedy, Abraham Lincoln y George Washignton, entre otros, con sus nombres a grandes avenidas.
El nacionalismo tuviera más crédito de emprenderse una jornada siquiera para revisar los nombres de dos anexionistas como Juan Sánchez Ramírez y José Desiderio Valverde con que se honran dos provincias.

El primero rechazó la reconquista del territorio en la batalla de Palo Hincado para crear una nación libre, y el segundo, por supuesto temor a las incursiones haitianas, prefirió dejar el poder y respaldar la anexión de Pedro Santana.

No todos los integrantes del movimiento nacionalista están cargados de prejuicio. Los hay que se oponen de corazón y sin odio a toda suerte de injerencismo y reivindican el orgullo patrio. Que defienden que ningún pueblo ser libre merece si es esclavo, indolente y servil. Haití en verdad es un problema, pero de ninguna manera el único que lesiona los símbolos patrios o los sentimientos nacionales. Duarte no merece que su nombre se utilice para exacerbar odios ni rencores, sino para fomentar la igualdad y la libertad