Opinión convergencia

Panorama histórico

Panorama histórico

Efraim Castillo

«La ciudad es una aglomeración de hombres más o menos considerable, densa y permanente, con un elevado grado de organización social: generalmente independiente para su alimentación del territorio sobre el cual se desarrolla.»

-Max Sorre: Fundamentos de geografía humana (1943).
Aunque mucho de lo que se ha dicho sobre el panorama histórico de la publicidad ajusta la pura especulación con la investigación científica (al menos hasta Roma), es imposible negar que el ser humano, desde que afloraron los primeros síntomas de lo inteligible en su cerebro, se ha valido de trucos y artificios para diligenciarse alimentos y vestidos.

Por eso, vale la pena recordar a los que han escrito sobre la publicidad a partir de su advenimiento como verdadera profesión: al pionero Walter Dill Scott, quien publicó en 1908 el libro «Psicología de la Publicidad», una lectura obligada cuando se desea conocer el origen del arte de vender (aunque, sin embargo, ya Harlow Stearns Gale había publicado en 1900 el libro «Sobre la psicología de la publicidad», en el cual trazaba lineamientos altamente significativos para el campo de la investigación de los mercados y el comportamiento del consumidor); a Daniel Starch, que en su ensayo «Principios de Publicidad» (1923), enfoca profundamente no sólo bases imperturbables en cuanto a su valor científico, sino que arriba a sólidas conclusiones en la invariable vorágine que entraña el conocimiento del consumidor; tal como las valorizaciones relativas, los deseos y amagos de cambio en los comportamientos del consumo de bienes sociales; y a Claude Hopkins, cuyo libro «Mi Vida en la Publicidad», publicado en 1927, que amén de ser un clásico del género, sentó las bases en la década de los años veinte de aquello que se consideraba la verdadera estrategia publicitaria.

Todos ellos, indiscutiblemente, dejaron constancia de una necesidad social milenaria que nunca se reconoció como una profesión digna y que, aun auxiliándose con técnicas y estéticas originales, emergió como un nuevo lenguaje de comunicación que ha incidido poderosamente en los cambios sustanciales de costumbres y hábitos, todos enraizados con las especificidades de los pueblos necesitados de sus mensajes.

Los aportes de estos pioneros incidieron en los hábitos de consumo de los artículos relacionados con la cotidianidad (alimentos, vivienda, ropa, educación, medicamentos, ahorros, diversiones). Y luego, cuando el consumo se amplió y diversificó a través de los descubrimientos científicos y las prácticas culturales, sus contribuciones han servido de base para las más diversas necesidades conectadas a las motivaciones y las persuasiones.

Las teorías acerca de los primeros anuncios (comunicar a los demás que hay algo que se desea vender, obsequiar, permutar, exhibir) llegan y van desde la serpiente en el paraíso hasta el cavernícola sentado frente a su cueva proponiendo al vecino una piel o un pedazo de carne sobrantes; sin dejar de inscribir la trascendente escritura cuneiforme sobre tablillas de barro sumerias y las hojas de papiro egipcias como propuestas de intercambio. O sea, las tesis difieren pero siempre apuntan a lo mismo: oferta y consumo.

El Nacional

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