Parece que Perogrullo divulgó algunas verdades tan irrefutables que su nombre vino a significar una realidad tan certera que resulta necedad decirla. Sélvido Candelaria, un escritor que nada deja al azar, ha escogido para titular este conjunto de meditaciones la palabra perogrullada, quizás con la intención de ponerse alante en un exceso de modestia, insinuando que no dice nada nuevo en sus breves y suculentos textos.
La inocencia es solo aparente, pues las notas agrupadas bajo el título 101 perogrulladas filosóficas constituyen un recio instrumento de erosión en el quehacer cotidiano y en lo relativo al pensamiento político, filosófico o moral. Son meditaciones con fuerza suficiente para remover soportes y filo suficiente para provocar incisiones.
La capacidad de abstracción del autor le permite indagar en los asuntos insondables de siempre, que ocuparon siglos de elucubraciones a los pensadores más fértiles de todos los tiempos: Dios, el hombre, la vida, la muerte, el tiempo, la materia, la conciencia, el más allá.
¿Por qué ese afán de llegar a las grandes profundidades para tratar el mundo si es en la superficie donde tenemos el gran tollo?
Es una muestra de los contenidos de este libro, parco de palabras y abundante de sabiduría. Ese mismo texto es revelador de que la hondura del pensamiento, lo abstracto del contenido general del volumen, no lo apartan de la realidad que vive el autor.
Candelaria es un auténtico testigo de su época y de su entorno. En su léxico afloran la sardina como el marlin azul, el cayuquito como la lancha. Pero lo suyo no es juego de palabras, aunque aparezca alguno. Se solaza el autor en asociación de imágenes y de pensamientos, se goza en sacarle filo a las palabras, como sus abuelos al machete.
Sus meditaciones no son greguerías ni aforismos, porque son más que eso. Se basan estas reflexiones en verdades dichas con gracia, humor e inteligencia y con una economía verbal propia de genios.
Escribir breve y sustancioso no es para gente común, o mejor dicho, no es para escritores comunes.
Hay un género poético llamado epigrama caracterizado también, como la greguería, aforismos y proverbios, por la brevedad. Juan de Iriarte escribió uno para que nadie olvide lo que es un epigrama: A la abeja semejante / para que cause placer/ el epigrama ha de ser/ pequeño, dulce y punzante.
Sélvido Candelaria no ha compuesto epigramas, pero aquí tenemos un tipo de escrito que se ajusta plenamente a la condición de pequeño, dulce y punzante. ¿Dónde ubicar entonces estos textos tan infrecuentes como el autor? Sólo sé que son tan buenos como breves. Un maestro del aforismo Baltazar Gracián- asegura que: Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Este es el caso. Quizá la de Gracián sea una perogrullada.