Por los primeros informes ofrecidos por nuevos alcaldes, tal parece que la mayoría de los ayuntamientos del país fueron devastados por algún ciclón financiero que también dejó a las ciudades en estado de calamidad.
Los primeros indicios de esas devastaciones se reflejan en las montañas de basura que cubren a municipios enteros, como si se tratara de una maldición.
En no pocos cabildos, literalmente no quedó piedra sobre piedra, al decir de los incumbentes que asumieron el 16 de agosto, que no encontraron equipos ni vehículos, ni siquiera material gastable.
La deuda acumulada solo en los ayuntamientos del Distrito Nacional, Santiago y Santo Domingo Este ascienden a tres mil 800 millones de pesos, mientras que el alcalde del municipio de San Cristóbal dice que aún no se atreve a estimar el nivel de endeudamiento, pero que ese cabildo quedó devastado.
En apenas algunas alcaldías se ha escuchado decir que lo recibido por las nuevas autoridades se corresponde con prácticas administrativas loables o aceptables.
En todos los demás, se mercadea la impresión de que fueron arrasados por algún tsunami.
¿Cuál es la función de la Liga Municipal Dominicana? ¿Por qué la Cámara de Cuentas no evitó esas debacles administrativas? ¿Por qué el Ministerio Público solo encontró en cuatro años causa probable de corrupción en dos ayuntamientos?
No parece que la sociedad dominicana haya asumido conciencia de lo que significa el poder municipal, que indudablemente ha sido confundido o degradado al nivel de cuevas de raterías o de antros de corrupción e impunidad.
Hay que imaginarse lo que ocurriría si se cumple con la ley que obliga a otorgar a los municipios el 10% del Presupuesto General del Estado, sin supervisión ni fiscalización de las obras que se levantan en los municipios, en la mayoría de las cuales ni siquiera construyen mercados, mataderos o cementerios.
Duele decirlo, con las honrosas excepciones de ayuntamientos que fueron pulcramente administrados, lo que se sabe hoy es que la mayoría de los ayuntamientos fueron azotados por algún ciclón o tsunami, que no dejó piedra sobre piedra.