Sin contar con algún «Chapulín Colorado» que se apiade de ella, defendiéndola y protegiéndola, la clase media transita por el irremisible camino que conduce al abismo, cargando sobre sus hombros la pesada cruz de la difícil situación económica del país.
Toda medida tomada desde el gobierno que persiga incrementar ingresos, llenar las arcas del Estado, solucionar déficit fiscal, etc., la paga la «tonta y utilizable» clase media, estamento que garantiza «discrecionalidad y sumisión» ante cualquier absurda disposición de las autoridades.
El rosario de penurias es largo y sin tregua, y desde los descomunales aumentos en la factura eléctrica, hasta los inusitados incrementos en los precios de la canasta familiar, vapulean los presupuestos de la pequeña burguesía que se mantiene con el grito al cielo por los constantes abusos, experimentando cada día una disminución en su nivel de vida, y sintiendo que su poder de compras se diluye como sal y agua.
Arrastrando solitaria sus amarguras, la clase media tiene en su frente a muchos enemigos que no cesan de conspirar contra su cartera, comenzando por la mayoría de los economistas, profesionales que regularmente viajan lejísimo dizque a «prepararse», para retornar al país con tesis que se sintetizan en arremeter en contra de este sector, sugiriendo en sus irracionales teorías su expoliación y su achicamiento, males que se logran con odiosos y empobrecedores pagos de arbitrios que no contribuyen en su bienestar.
Acosada y maltratada, adversarios poderosos no le faltan a esta casta intermedia de la sociedad merecedora de un mejor trato; en su golpeo sistemático participan la DGII, la DIGESETT, bancos, Hugo Beras y el INTRANT, congresistas, etc., haciendo siempre que sea la sufrida clase media la que pague los platos rotos de la crisis.