Bollito (bajito y barrigón) se metía a las actividades sin ser invitado, ni representar a ningún medio periodístico. Después de ser receptor de suculentos bocadillos y aperitivos, así como de pescozadas, le ocurrió algo que tristemente se nos aprieta el pecho para contarlo. Su compinche, Pachanga (alto y bien fuerte) ha saltado con una mala suerte menos pesarosa: tres veces ha sido recluido en Najayo, y ahora ha cambiado de reglas: en vez de embelesar para poner a suspirar billeteras, pide.
Bollito vestía con saco y corbata (peinado decentemente y empapado con un penetrante perfume de caimito), que compró a precios de ganga en un mercado de pulgas, para parecerse a un periodista y hacer el mejor papel de intruso en actos públicos y privados.
Pachanga: Una noche estaba en un acto de una universidad, detrás del rector, justamente a medio brazo de su bolsillo, y cuando este periodista lo miró fijamente, salió como un bólido. Un 16 de agosto desapareció, en el Panteón Nacional, la cartera de un funcionario. El 13 de abril de 2021, un preso de Najayo llamó telefónicamente a este periodista: aquí dijo que cuando salga te dará un solo punzonazo. Por ahí anda suelto, ¡buche y pluma na’ma! Otra mañana se situó detrás del titular de una institución gremial, y nos exclamó: “Yo no robo, pido”.
Bollito: Pasada la medianoche arribaba a su casa con un vaho tufo a comida –porque andaba de actos en actos, sin ser invitado – y sus vecinos porfiaban que trabajaba como lavador de platos o como cocinero. Todos convenían que necesitaba una jarra de detergentes, para ellos descansar las fosas de sus narices, y poder dormir.
Antes de acudir a las comilonas, pasaba a saludar a dos tipos que producían un programa en una emisora. Uno de ellos no era siquiera bachiller, y otro era un abogado defensor de narcotraficantes y corruptos, que usaba ese medio para justificar a malhechores, calumniar e intimidar.
Este excursionista estampaba de trovador junto a sus compañeros “paracaidistas” o “pica-picas”. No era miembro del Colegio de Periodistas, porque no se tituló de licenciado en comunicación social, aunque a media mañana leía la agenda de El Diario. Con bolígrafos subrayaba los eventos que más les atraían, para asistir con el cogote más largo que una jirafa.
Una noche tropical, ladrones lo confundieron con un empresario, y lo dejaron moribundo, cerca de su casa, en Villa Duarte, pero sólo tenía 50 pesos. A Bollito las puñaladas lo llevaron a la muerte, en una dolorosa venganza por querer usurpar una profesión noble. Los “paracaidistas” o “pica-picas” se disfrazaron de negro por quien bajó a la tumba por quererse pasar como un “periodista”, y por chantajista