No me canso de señalar que nuestro cuerpo diplomático carece de una agenda internacional que dote de sentido a la representación del país en el exterior. Duele decirlo, pero las legaciones criollas allende los mares no trabajan por y para la nación. Hay muchas cosas por hacer en el extranjero en beneficio de la comunidad nacional.
Para muestra de lo arriba expresado que baste el flamante embajador ante la UNESCO, escritor Andrés L. Mateo, quien parece más perdido que Dante Alighieri en la selva oscura de La Divina Comedia; antes que asumir los sagrados intereses dominicanos frente a esa entidad de la cultura universal, el poeta propugna por asuntos que no son de su incumbencia.
Mateo mantuvo una campaña sistemática a favor de que la academia sueca del premio Nobel le entregara la anhelada presea al cantautor español Joan Manuel Serrat. Yo personalmente, creo que el autor de Mediterráneo es merecedor de ese galardón, pero ¿le paga el pueblo dominicano a Mateo un salario de lujo en dólares para que sus esfuerzos se centren en que el codiciado premio recaiga en las manos del afamado artista catalán? Claro que no.
Si Mateo pusiera sus energías en pro de un Nobel al doctor José Joaquín Puello, o al doctor Sanz Jiminián; o quizás a unas monjas que arriesgan sus vidas a diario acudiendo debajo del elevado de la avenida Máximo Gómez con Ovando a dar de comer a seres humanos desahuciados por sus familias y la sociedad, etc., entonces se aplaudiría su trabajo. Pero no: el autor de La Otra Penélope evade su responsabilidad por trabajar en otros asuntos.
¿Y el sancocho dominicano en la UNESCO pa’ cuando?
Creo sinceramente que Mateo, como dice él abriendo una de sus novelas, «pisó un dedo de Dios».