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PRM: ¿en campaña?

PRM: ¿en campaña?

Luis Pérez Casanova

Cuesta entender la preocupación dentro del PRM (fuera es otra cosa) por la irrupción de precandidaturas presidenciales, estigmatizadas como proselitismo extemporáneo e incluso como una amenaza para la unidad de la organización. Además de no violar ninguna norma externa ni interna, esas aspiraciones que se satanizan, sin ponderarse que fueron legitimadas por el propio presidente Luis Abinader, son la esencia de la democracia en cualquier partido político.

Antes que censurarse, esas aspiraciones, sin importar que en algunos casos sean para sonar o para buscar márgenes de negociación, representan un balón de oxígeno para un partido que todavía no se ha sentido como soporte político del Gobierno.

El presidente Abinader, para impulsar o defender sus políticas ha tenido que cargar con un anquilosado PRM porque muchos dirigentes y funcionarios no han sabido o no se han atrevido a sacar la cara frente a la opinión pública y menos hacia sus “compañeros” de partido.

Pero con todas y sus debilidades el PRM representa una poderosa maquinaria electoral, que se ha mantenido gracias a la buena imagen del Presidente, al liderazgo de sus congresistas y alcaldes, pero también al escaso desarrollo de las fuerzas opositoras. En los casi cinco años que Abinader lleva en el poder la oposición no ha podido articular ni siquiera una consigna que cale en la población. No ha pasado de denuncias que se han disuelto sin mucho ruido.

Por ahora el PRM parece tenerlas todas consigo, lo que no significa que tenga que dormirse en sus laureles. Y estaría en un error cualquiera de los precandidatos, que, por mejor imagen que tenga, se crea puede emprender vuelo propio si no es nominado por una convención celebrada en buena lid.

Pero sin importar que sea una manera de hacer campaña o de ponerse donde el capitán los vea, a ese partido le viene bien que desde ya sus potenciales candidatos hayan comenzado a crear sus estructuras para luchar por la nominación presidencial. Y más cuando el Presidente, aunque quiera, no puede imponer a su sucesor.

Lo que no puede permitirse es que esa suerte de posicionamiento se desborde, traspasando los límites de la decencia ni de la disciplina interna. Es fundamental incluso establecer claras reglas de juego desde ahora. Se tiene que evitar a toda costa que se transgredan normas, contamine o anarquice el proceso interno y garantizar una convención democrática, diáfana e inclusiva. Pero que nadie se pierda en pruritos ni en vanos temores de división. Está a la vista que las aspiraciones tienen tanta trascendencia que pueden contribuir a rescatar a perremeístas y aliados alejados. Y hasta a ganar adeptos para la organización.