“Es la ocurrencia de acercamientos sexuales entre personas con vínculos sanguíneos y legales” (*).
Para los sexólogos, el incesto es una alteración del comportamiento que involucra una relación no aceptada por la cultura que no se limita al coito, sino que abarca actividades morbosas (toques, miradas, caricias) que se produce entre seres humanos que tienen una conexión natural o legal que no implica un matrimonio.
En nuestro medio es frecuente que el padre, el padrastro, un hermano mayor abuse sexualmente de una niña o jovencita menor de edad.
En medios rurales un padre expresa: “para que a mi hija me la desgracien yo le voy a enseñar cómo es que se atiende a un hombre”; resultando que él es padre de la niña y abuelo-padre de la criatura resultante del incesto.
El tema es tan antiguo, que bajo los efectos del vino, Lot cohabitó con sus dos hijas (Génesis 19:31-36) quedando estas embarazadas.
Sigmund Freud especuló que las hembritas desarrollan un sentimiento de identificación con su padre que a veces las lleva a celar a su progenitor con su propia madre, todo ello, como un proceso inconsciente que él denominó Complejo de Electra.
Uribe, citando a Brian Fraser propone tres tipos de abuso sexual incestuoso: a) Sin contacto físico; b) Con contacto físico y c) Con contacto físico violento.
El abusador sexual sea o no incestuoso, es una persona de mayor edad, respetado en el hogar de la niña o el niño, de ahí que sacerdotes, profesores y gente ligada al núcleo familiar son los protagonistas.
Se ha valorado que el que se dedica a estas prácticas suele ser mansamente seductor; con rasgos narcisísticos; obsequioso, con el don de la sugestión y suele iniciar con “toques y caricias” y de ahí avanza hacia prácticas que pueden llegar al coito.
Estos personajes a veces pagan con regalos deslumbrantes: un celular de último modelo, por ejemplo.
La pobreza, la marginalidad y el hacinamiento son caldos de cultivo para que una o un menor sea víctima de estos desalmados.
Llama la atención que los últimos casos ocurridos en nuestro medio se han producido en sectores medios de la sociedad.
Crea dudas pensar si las madres de las niñas apañaron los comportamientos de sus maridos.
Se ha puesto de manifiesto la conveniencia de tener psicólogos escolares en los planteles pues constituyen un desahogo de las angustias de las abusadas.
La acción del aparato judicial del Estado está demostrando cada vez más pericia y eso es bueno.
El morbo ha opinado que la colaboración de la menor al juego sexual podría ser un atenuante a la hora de dictar sentencia .Como psiquiatra no estoy de acuerdo; las estadísticas muestran lo contrario.
Tampoco creo que muchas personas violadas sexualmente disfruten este acto en una complicidad sadomasoquista.
El trauma que deriva de estos abusos marcará para siempre la biografía emocional de las víctimas.
Aconsejo que las familias vigilen y eduquen a sus niñas (os) en las lides de la sexualidad; que todo el peso de la ley caiga sobre los culpables y que esta sociedad transite por los senderos de la ética de una sexualidad responsable, madura y de mutua satisfacción…
(*) Uribe, Alejandro: “ El sexo contra la familia”