Editorial

    ¿Qué hacer?

    ¿Qué hacer?

La conciencia nacional  se estremece  de nuevo con el caso de un niño de siete años  asesinado por  otros tres menores que le  fracturaron la cabeza a pedradas para robarle  dinero.  Ya antes la  colectividad quedó conmovida con las historias de la madre asesinada a balazos por su marido en complicidad con la hija de ambos y la  de la  adolescente que  mató de 20 puñaladas a su bisabuela, de 93 años.

Sin enterarse de leyes que prohíben el trabajo infantil, Randy Beltrán ya trabajaba como un hombre a su corta edad para  ayudar al  sustento de su familia. El sábado último el niño tuvo una buena jornada laboral, lo que motivó que sus compañeros de labores decidieran  asesinarlo para despojarlo del fruto de su trabajo.

Fue ese un asesinato brutal como si los niños homicidas carecieran de la más mínima noción de humanidad o  estuviesen formados en el entorno más salvaje en ausencia total de valores y  donde la vida  carece del más mínimo significado.

A la vuelta de poco tiempo, la sociedad ha sido consternada por  tragedias sin referentes ni parangón, como la de la hija que  convivía sexualmente  por más de un lustro con su padre biológico  y que convino en limpiar la sangre derramada por su madre al ser asesinada por  su progenitor y después ayudar a ocultar el cadáver.

¿Qué decir de la adolescente de 14 años que infirió 20 cuchilladas a su bisabuela, la mayoría de las cuales asestadas después que la víctima había expirado, para  robarle unos cuantos dólares y  algunas monedas?

¿Por qué la sociedad pierde  tan aceleradamente su  caudal de valores éticos, morales y familiares acumulados  durante  siglos? Maestros, sacerdotes, psicólogos,  sociólogos, psiquiatras y politólogos  ofrecen respuestas  diferentes y a veces divergentes.

Lo que no parece  tener motivo de discusión es la imperiosa necesidad de que  se legisle en la modificación del Código Penal a los fines de  incrementar la  severidad de las penas aflictivas e infamantes, como respuesta categórica de la sociedad de que por ningún motivo tolera la comisión o intento de ningún  tipo de crimen, sin importar quien infrinja la ley.

Se requiere insertar en esa legislación penal la figura de las penas consecutivas para que  el agente infractor sea condenado conforme a cada una de las infracciones perpetradas, con lo cual  la sanción podría  sumar decenas de años, conforme a la gravedad de cada ofensa. Por igual se reclama  un aumento significativo de la pena máxima para que  el delincuente  sepa que puede pasar el resto de sus días tras las rejas.

Antes que cualquier  receta al drama de la criminalidad, la sociedad está obligada a pensar en la ley, que debe ser severa y justa en proporción a la gravedad de la infracción criminal. Lo demás, por el momento, sale sobrando.

El Nacional

Es la voz de los que no tienen voz y representa los intereses de aquellos que aportan y trabajan por edificar una gran nación