Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Mitos constitucionales.-

Los períodos históricos son generados por acontecimientos económicos, sociales, políticos y, en ocasiones, militares. Cambian los paradigmas existentes. Basta que el hecho o conjunto de hechos tenga un impacto profundo en la forma de vida de los miembros de la comunidad, que se reflejará necesariamente en el modo de pensar, para que estemos frente a una nueva etapa histórica. Así se crean los antes y después del fenómeno colectivo.

Por ejemplo, la prédica de Jesucristo, la caída del imperio romano, la independencia nacional, las ocupaciones militares norteamericanas que sufrimos, las guerras mundiales, la decapitación del régimen trujillista, etc., fueron acontecimientos que cerraron y abrieron nuevos ciclos en el devenir histórico. Claro que unos tuvieron una trascendencia universal y otros, local.

La importancia objetiva y subjetiva de cada uno solo es valorada adecuadamente por las futuras generaciones, jamás por los contemporáneos, debido a que estos están contaminados en el sentir y pensar, por su vinculación con la complejidad de los nuevos valores que traen aparejados esos sucesos.

Así las cosas, los hechos que tienen categoría histórica acondicionan y determinan el imaginario colectivo. Por tanto, el sistema político y jurídico no puede estar al margen de esas realidades. Sobre todo porque las superestructuras ideológicas e institucionales del Estado van a experimentar cambios para adecuarse a los nuevos tiempos. Si no lo hacen, son barridas por obsoletas o por ser frenos no deseados para los personajes que capitanean la nueva coyuntura.

En nuestro país podemos apreciar esa verdad con el estudio del paso de la era colonial española a la republicana, del conservadurismo al liberalismo, de la dictadura a la democracia, del imperio de la ley ordinaria a la supremacía constitucional, del Estado neoliberal al Estado Social y Democrática de Derecho.

Y no olvidemos que la forma de gobierno expresa fielmente la correlación de fuerzas que se da entre los factores reales de poder que coexisten en la sociedad. Las relaciones sociales de producción económica necesitan, por razones de permanencia, proyectar su fisonomía política sobre las masas.

Lo hacen, por una parte, por medio de la propaganda, para legitimar la democracia representativa-electoral y, por la otra parte, para crear la ilusión de la soberanía popular, la garantía de los derechos fundamentales y la delegación de poderes. Todo esto es consagrado constitucionalmente. Es una pretensión de cumplir con la exigencia del artículo 16 de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, producto de la gran Revolución francesa de 1879.

Pero resulta que esa formalidad pasa a ser letra muerta cuando no existe la sustancia social que le dé vida real.

Ciertamente, todos los principios, valores y normas sustantivos son mitos constitucionales cuando los miembros de la sociedad no los asumen como parte de su cultura. Y nos falta esa cultura.