En 1959, la dictadura de Trujillo era la más férrea y prolongada de la región. Su Ejército, el más numeroso y mejor equipado y el control sobre la nación del déspota era prácticamente absoluto. La adulación y el terror más despiadado eran el signo de la época. Para rebelarse contra ese régimen, cuyos tentáculos trascendían el territorio, había que estar loco o henchido de valor. Desde que tomó el poder en 1930, había eliminado físicamente u obligado a exiliarse a sus rivales políticos, salido airoso del genocidio como la matanza de haitianos de 1937, y conspirado para secuestrar y asesinar enemigos en el extranjero.
Sin embargo, un puñado de jóvenes, sin otras armas que los anhelos de libertad y democracia, desafió a la poderosa maquinaria trujillista a través de la expedición del 14 de junio de 1959. Los expedicionarios no eran meros aventureros, sino, en su gran mayoría, profesionales con un futuro promisorio, que ofrendaron sus vidas para abonar con su sangre la semilla de la liberación del pueblo dominicano contra el yugo de la tiranía.
Salvo excepciones, los expedicionarios, que desembarcaron desde diferentes puntos de la región por Constanza, Maimón y Estero Hondo, fueron aniquilados con toda la vesania que había caracterizó la tiranía trujillista. Algunos familiares tuvieron que esconderse o escapar clandestinamente del país para resguardarse de la ira de un déspota que no concebía que su régimen fuera desafiado por esos “muchachos” que hoy constituyen la Raza Inmortal.
Desde entonces se inició el principio del fin de la dictadura trujillista. Aunque se recrudeció la represión y el temible caliesaje, el régimen jamás fue el mismo. En una época en que las democracias eran la excepción en la región, los mártires del 14 de junio encendieron con su expedición una antorcha que no se apagó hasta la conspiración para ajusticiar al tirano el 30 de mayo de 1961.
Sin mayor experiencia militar ni armamentos, en un contexto en que la sociedad estaba sometida al terror impuesto por la tiranía, los expedicionarios estaban conscientes de que una victoria militar era menos que imposible. Pero su amor a la patria, convertida en un feudo de Trujillo, y a las libertades, estaba por encima de sus propias vidas.
La gesta del 59, de la cual se cumplen hoy 56 años, será siempre una campanada para despertar la conciencia de la población y un referente sobre cualquier apresto de conculcar las libertades o abusar del ejercicio del poder.