No recuerdo si andaba descalzo cuando mi madre me tomaba de la mano y empezábamos el trayecto para visitar a Gregoria de Gómez (madre de doña Rosa); después de bordear las mayas que limitaban el terreno donde estaba construida nuestra vivienda, pasábamos detrás de la gruta de Lourdes, después de cruzar el arroyo Gurabo saludábamos a Juanito Reyes y a Gloria Crisóstomo (padres de Gloria Reyes) quienes si mal no recuerdo tenían una pequeña pulpería (colmado).
Después de caminar unos trescientos metros a la derecha quedaba el callejón de La Chichigua (dónde vivía el expresidente Hipólito Mejía), que a veces tomábamos para visitar a la tía Tala, mujer recia y ejemplo de tesón.
Llegábamos entonces donde el camino separaba las casas de las esposas de los hermanos Gómez (La ya mencionada Gregoria y Crecencia) mujeres de finas costumbres y exquisito trato, allí recuerdo la dulce mirada y sutil sonrisa que ya caracterizaba a doña Rosa… Sesenta años después al enterarme de su partida, aunque mis ojos se han secado, en mi corazón siento lágrimas como cuando el arroyo de Gurabo era un río.
Por: Fausto Jáquez