Caminando por las calles de Puerto Plata encontré en el suelo una Carolina y quise saber de dónde venía. Hacía tantos años que no me encontraba con una de ellas que las imaginé exterminadas de nuestro país.
Para mi sorpresa, me llevaron a un parque en el centro de la ciudad y allí, varios árboles estaban paridos de esta hermosa flor con la que tanto jugué en mi infancia. Para los que no las conocen o no las recuerdan, las carolinas son unas flores muy particulares.
Crecen en un árbol de entre 15 y 30 diámetros que pierde sus hojas por momentos, como para dejar que estas luzcan su esplendor. En República Dominicana le llamamos Carolina, pero igual, tiene muchos otros nombres según el lugar y además de ornamentales, en otros países tienen uso medicinal.
En mi reciente viaje a mi tierra tuve agradables encuentros con esta flor que científicamente se llama pseudobombax Ellipticum. Recuerdo que de niña, a cada una de sus partes le dábamos un uso distinto, según la forma: El cachimbo era para fingir fumar, los pétalos para escribir deseos y con los estambres, nuestra mente infantil diseñaba aretes, faldas y cuanto se nos ocurría.
Los niños de hoy ya no juegan con elementos de la naturaleza que en otros tiempos convertíamos en carretillas, armas o en simulación de alimentos. Ya no necesitan ser creativos. Todo lo tienen a la mano con un aparatito que les quitó las ganas de jugar al aire libre.
Sin buscarlo, encontré un árbol de Carolina en mi pueblo, en un lugar que solo pueden apreciar los que andamos a pié. Por último, en esta primavera, disfruté de la floración de esta flor.