¿Cuáles habilidades personales son esenciales para la efectividad de las funciones del diplomático contemporáneo?
En la actualidad, en gran parte de las profesiones, se han identificado con precisión las habilidades de carácter personal que coadyuvan significativamente con la efectividad de su ejercicio profesional.
Las habilidades concernientes al ejercicio de la diplomacia serán tratadas subsecuentemente en esta columna, pero, previo a ello, debemos referirnos a determinados asuntos considerados imprescindibles para una eficiente aplicación de la política exterior de un Estado, cuyo instrumento de ejecución por excelencia es la diplomacia, y, de esta última, procede precisar que la negociación se ha establecido como “su procedimiento por antonomasia” y, asimismo, es hoy, el “eje nodal de toda actividad diplomática”.
En el mismo contexto, resulta ineludible una consistente formación académica multidisciplinar, tal como demandan hoy las exigentes responsabilidades del agente diplomático (y del funcionario consular) y, asimismo, es fundamental la constante, y debidamente planificada actualización de los fundamentos y soportes en que se sustenta la precitada formación, tal como hemos consignado, pormenorizadamente, en la columna precedente.
Por requerimientos de las responsabilidades que corresponden a su ejercicio, el diplomático debe contar con sólidos conocimientos sobre los valores culturales y de identidad de la nación que representa; y, por supuesto, de la cultura universal.
Tratadistas contemporáneos insisten en señalar que en este ejercicio “nada suplirá las cualidades de la persona”, las que califican como indispensables para la eficacia en la función diplomática, e igualmente, para ejercer apropiadamente la representación del Estado, que le corresponde al agente diplomático, y entre dichas cualidades señalan: la necesaria sociabilidad; la vocación de servicio (imprescindible para la protección y la asistencia de los nacionales en el exterior); la ineludible responsabilidad laboral; “la dignidad de aspecto y la debida corrección en las costumbres”.
Más aún, el tacto y hábil manejo del sentido común, en todas sus acciones, y particularmente, en las negociaciones y gestiones propias de este esencial ejercicio.
No obstante, tal como sostiene Luis Narváez Rivadeneira, la cualidad más importante e indelegable del diplomático-persona es su identidad con las raíces de la sociedad que representa y que, en última instancia, constituye el legado de intereses que está obligado a defender.
Del mismo modo, debe tenerse presente que en este ámbito, los usos y costumbres son muy particulares, y, consecuentemente, requieren ser del dominio del diplomático.
Resulta ilustrativo señalar que el agente diplomático (representante de un Estado), en el caso de abandonar una ceremonia o un acto antes de que finalice, aunque se haga cuidadosamente (en silencio o con discreción), podría percibirse como la manifestación de una desaprobación o “la cristalización de una ofensa”, según apunta Alain Plantey .
Debe resaltarse, además, que por ser considerada la clave del éxito en múltiples gestiones y en diversas negociaciones, la habilidad para identificar convenientemente el lugar y la oportunidad de las acciones, se ha establecido como una de las cualidades “emblemáticas” del ejercicio profesional del diplomático contemporáneo.