Opinión

Restaurante Sacha de Madrid, un festejo para los sentidos

Restaurante Sacha de Madrid, un festejo para los sentidos

Soy de la opinión de que, en tiempos de crisis, es bueno recordar las cosas buenas que aún nos brinda la vida. El restaurante Botillería y Fogón Sacha, más conocido por Sacha, sin más, es una de estas cosas. Su acogedor local tiene el aspecto de un bistró pero también, su sencilla y bonita decoración le hace a uno sentirse como en su propia casa.  Conserva el mismo semblante que le dieron sus fundadores, Carlos Hormaechea y su esposa, Matilde Mosquera (Pitila), en el año 1972.

Hace muchos años, antes de que fallecieran, primero su padre y bastante más tarde su madre, Alejandro Hormaechea, más conocido como Sacha, se hizo cargo de la dirección y de la gastronomía del mismo. Continuó  en la misma línea que sus progenitores, aunque “modernizó” ciertos platos y añadió numerosos más.  Sin embargo, los que conocemos este restaurante, con auténtico encanto, desde su apertura, podemos seguir degustando casi todos los mismos manjares que cuando abrió sus puertas. Yo he tenido el privilegio de ser una de las primeras personas en conocer este peculiar restaurante, que lo es en todos los sentidos.

Está ubicado, en un sector emblemático, aunque más bien moderno, de Madrid, en el fondo de un callejón que no a cualquiera le hubiese parecido “comercial”. A veces, quienes no lo conocen, pueden no encontrarlo enseguida. Cuenta con una terraza de verano que, cuando llega el buen tiempo, los madrileños y foráneos, se rifan.  Aparte de la excelente cocina del restaurante, el callejón le permite a uno comer o cenar al aire libre sin ser molestado por los ruidos y los humos de los automóviles.

Su decoración, como he mencionado, sigue siendo la misma de siempre, aunque el local se conserva y se pinta cada año, sin falta. El color azul y el blanco prevalecen, y en sus paredes se pueden admirar bellos cuadros, obra de artistas contemporáneos, aunque también se mantiene, en el mismo lugar, uno elaborado, en técnica de “petit point”. Realizado por Pitila, madre de Sacha y gran amiga mía, años ha, representa, en estilo naíf, las figuras de ella y de su esposo.

El local tiene pocas mesas y la carta es reducida, aunque varía cada día, manteniendo, empero, los platos más clásicos de su excelente cocina de mercado. No se admite, normalmente, más de una reserva por mesa.  De modo que uno puede prolongar, tras haber almorzado o cenado allí, su tertulia hasta el cierre.

De sus platos, mezcla de una herencia vasca,  gallega y catalana, de una cocina auténticamente casera pero también internacional, más los deliciosos toques, producto de las inquietudes creativas de Sacha Hormaechea, gran chef español, tengo que comentarles algo.  Cada vez que voy a comer o a cenar a su restaurante se me plantea un gran dilema: me gustaría pedir todo lo que hay en la carta. Existen, como todos sabemos, pocos ejemplos en la gastronomía madrileña de restaurantes heredados por los descendientes de sus fundadores, que hayan continuado con el éxito de sus antecesores.  Puede que  Sacha sea  el mejor modelo de ello.

Aída Trujillo Ricart                            http://aidatrujillo.wordpress.com/

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