Opinión Articulistas

Sally Rodríguez

Sally Rodríguez

Chiqui Vicioso

Hay dos tipos de poesía: Una fluye, como un cántaro de agua que se derrama y salpica, en las calurosas tardes de agosto. Es la de hombres y mujeres que nacieron con la condición de poetas, y desde muy pequeños respiran, sienten, perciben, la inédita belleza de las palabras. Son los Miguel Hernández del lenguaje.

Hay otros y otras poetas, donde se percibe la tortuosa búsqueda del verso, el uso de la técnica y, como decía Antonio Machado: La inflamación del estilo. Son los Alejandra Pizarnik de la lengua, donde el drama existencial se impone sobre el limpio y sencillo fluir de poema.

Como el poeta cubano que más amo: Eliseo Diego, la poesía de la poeta mocana que acaba de ganar el Premio Nacional de Poesía 2024: Sally Rodríguez, es un espacio habitado por el recuerdo que “con exquisita y selectiva memoria atemporal se recrea con asombro e intimidad” (Juan Nicolás Padrón).

A la poeta le interesa “buscar en la íntima plenitud de cada tema el rincón más remoto de la memoria. La belleza emerge limpia, rica en su esplendor y triunfa el sugestivo pasado en la evocación de seres y objetos, testigos en su mudez y simpleza. Este frecuente ejercicio en la poética de Eliseo Diego y Sally Rodríguez, es “ir al ayer de la infancia y regresar con los tesoros de sus imágenes”. (Ibidem).

En Eliseo y su Calle de Jesús del Monte, donde “la demasiada luz forma otra pared con el polvo”, que “mira fijamente el ruido suave de la sombras”, pensé, cuando leí poemas como este:
“Mamita cose sus visiones
Pega botones, renueva gavetas
Desata el olor de sueños guardados”.
Y,
“Los cocuyos del alma
Presurosos ascienden el bosque
La noche entreabierta”.

Es poesía campesina, rural, sin los manierismos del Costumbrismo, donde de pronto reaparecen las tinajas; las mecedoras en las galerías de las hermosas casas de madera de los campos de Moca; los árboles de cereza y naranja del patio; los olores del café recién colado de la mañana; el gesto cariñoso de la abuela (de mi abuela, de todas las abuelas) cuando ponía el desayuno sobre la mesa; la mano que te alisaba el pelo; las Mamitas y Nenenas fundamentales en la memoria de nuestra niñez, esa que siempre asoma cuando añoramos amorocedarios que solo habitan en un tiempo que ya no es.

“Vengan todas las que soy
Coronas de hojas secas
Inclinamos nuestro ser”.

Coronados de hojas verdes, inclinamos nuestro ser ante la belleza poética de una candorosa mujer; madre y maestra de profesión; tallerista de juventudes; que ha conjugado en su vida la generosa tradición de Salomé Ureña, con la rural frescura de sus orígenes.