La expresión que intitula estas líneas define al ser humano que cuida con vehemencia, y defiende con energía lo que le pertenece.
Atendiendo a esa premisa, considero que, dotando parcelas a los moradores de la zona rural en las provincias fronterizas, y asistencia técnica para el desarrollo agropecuario de estas, se reduciría en gran medida el éxodo de la población rural a las ciudades. Evitando así, que los vecinos ocupen los lugares abandonados.
Es importante señalar, que esta iniciativa contribuiría significativamente al fortalecimiento del blindaje de nuestra frontera, y, en consecuencia, a la reducción de gastos que conlleva controlar con eficiencia, el paso ilegal de los vecinos a nuestro territorio. Toda vez que, la cantidad se reduciría sensiblemente.
El apego y la pasión que se genera en esos productores agropecuarios, al saberse propietarios titulados de sus parcelas, los convierte en centinelas celosos e insobornables del límite fronterizo.
Es oportuno recordar que, los vecinos son nuestro segundo socio comercial en término del volumen de su demanda. Esa realidad, les garantizaría mercado a los productos provenientes de las parcelas colindantes; lo que le daría sostenibilidad al proyecto y prosperidad a nuestros productores.
Lo expuesto en el párrafo anterior, promueve el apego de la familia de los productores a la actividad agropecuaria, y, sus hijos (as) se inclinarían por estudiar carreras universitarias vinculadas al agro (agronomía, veterinaria, etc.). Esto daría lugar a su retorno al terruño, manteniendo así, la integridad familiar y poblacional.
Vistos ya, los beneficios que se derivan de fomentar el sentido de pertenencia cabrían esperar que nuestras autoridades se animen y procedan en ese sentido.

