Un mes después de graduarme como médico en 1978, tuve la oportunidad de obtener una beca para estudiar salud pública en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Durante 18 meses, viví allí junto a estudiantes de diez nacionalidades distintas, incluyendo a dos árabes palestinos de la zona de Gaza. Es lamentable enterarse tanto derramamiento de sangre en un conflicto que parece no tener fin, en gran parte debido a diferencias religiosas arraigadas.
Israel se encuentra estratégicamente ubicado en medio de tres continentes. A pesar de que la tierra descrita en el antiguo testamento como lugar donde «fluye leche y miel,» en realidad es mayormente desértica y carece de petróleo. Aquí, surgieron tres de las religiones más extendidas en el mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Durante mi estancia, experimenté un periodo de relativa calma, aunque hubo momentos de tensión, con la explosión de una que otra bomba en un autobús, pero fue también una época en la que se logró la paz con Egipto y se devolvieron los territorios del Sinaí. Anwar Sadat firmó un histórico acuerdo de paz antes de su trágico asesinato. Además, en ese tiempo, en mi hospital Hadassah, falleció Golda Meir.
La fundación del Estado de Israel en 1948 marcó el regreso de los judíos que habían estado dispersos durante miles de años. Llegaron principalmente desde Europa, Estados Unidos, Argentina, Rusia, Asia y África, representando tres grupos principales: los Askenazis, los Sefardíes, y los etíopes. En mi interacción con los judíos, los describo como “Sabra Cactus», con espinas en el exterior, pero con dulzura en su interior.
Israel experimentó un rápido desarrollo económico, político y social, superando a sus vecinos árabes. Curiosamente, en aquel momento, los palestinos tenían más tensiones con los jordanos que con los israelíes. Sin embargo, con la construcción de asentamientos judíos en tierras palestinas y las crecientes restricciones, los disidentes encontraron motivación para emprender acciones extremistas.
Estoy agradecido por la hospitalidad y la formación que recibí en Israel. Al mismo tiempo, valoro la idea de dos estados con Jerusalén como capital compartida. Lamentablemente, la obstinación de políticos extremistas como Netanyahu y la interferencia de otras naciones, junto con las creencias religiosas arraigadas, complican esta posible solución. Quién sabe, tal vez si todos fueran ateos, habría menos conflictos bélicos.