FORT WORTH, Texas, AP.— Hubo un tiempo en el que Simone Biles encontraba “la belleza en la ceguera” antes de los Juegos Olímpicos, deleitándose en no saber lo que no sabía.

Eso fue hace ocho años. Cuando ella todavía era solo una adolescente. Todavía un poco «tonto».
Esos días han quedado atrás. La evidencia no está sólo en la licencia de conducir de Biles o en su certificado de matrimonio, sino en cómo la joven de 27 años es capaz de ver más allá de sí misma.

La visión de túnel que tienen la mayoría de los grandes atletas en busca de la grandeza ha desaparecido.
Y tal vez esa sea la mayor diferencia entre el título nacional que la estrella de gimnasia ganó el domingo por la noche (su noveno, este con un total total de 119,750) y el primero hace más de una década.

El momento decisivo de la victoria de Biles no fue un giro, una vuelta o un salto, sino una caminata.
Llegó temprano, cuando Biles vio a la campeona olímpica de 2020 y buena amiga Sunisa Lee girar torpemente en el aire durante su salto y aterrizar de espaldas, con una mezcla de sorpresa y miedo extendiéndose por su rostro.

«Estaba pensando que esto había terminado», dijo Lee. Entonces Biles apareció a su lado, sin que nadie se lo pidiera. Sabía exactamente dónde estaba Lee en ese momento mejor que nadie. Hace tres años, en los Juegos de Tokio, un salto descarriado similar de Biles inició una cadena de eventos que la llevaron a retirarse de múltiples competencias y a arrastrar el debate sobre la importancia de la salud mental al frente y al centro.