Opinión Articulistas

Sin pausa

Sin pausa

Eduardo Álvarez

La creatividad es continua y dinámica. Surge de la motivación más que de la voluntad. Las fuentes de las que emanan estos impulsos deben estar presentes y activas. Por lo tanto, la inspiración y la energía son esenciales en el trabajo creativo. Más bien, de la imaginación.

Y la creación es inevitable en el arte, o mejor dicho, necesaria. De lo contrario, toda producción —literatura, artes visuales, música, danza, canto, escultura, etc.— sigue siendo artesanal, por no decir ordinaria, menor o mediocre.

El amor, la alegría y el dolor son las principales semillas que contribuyen al proceso creativo. “Estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños”, a decir de Shakespeare. Estar enamorado, celebrar y sufrir lo sustentan. Pero lo esencial y vital reside en la realidad misma, sin la cual el más mínimo intento de construir una fantasía siempre fracasará.

Toda fantasía, para ser maravillosa, debe surgir de la verdad, materia prima de lo que realmente vale la pena en este mundo. Una paradoja notable, pero es lo más valioso que podemos atesorar. Al fin y al cabo, la ficción no es más que la verdad falseada.

Lo contrario —la mentira, la incertidumbre— no son más que un sumidero de engaños que corroen y destruyen, sobre todo, a quienes los emiten y reciben. Sus consecuencias virales amenazan incluso el más mínimo indicio.

Por lo tanto, aferrarse a la verdad, con sus siempre beneficiosos efectos, es la mejor manera de encontrar y aprovechar las fuentes de inspiración que nos llevan al arte. A lo sublime y maravilloso reservado al artista. De ahí que las historias bien contadas devengan en excelentes novelas y poesías. Una de los mejores relatos sobre la vida de Julio César nos llega de la mano del Bardo.