Manejar un vehículo es una gran responsabilidad. Consumir alcohol, chatear o distraerse mientras se está conduciendo pone en riesgo la vida de mucha gente. Sin embargo, conducir de forma temeraria un carro, autobús, yipeta, motor, patana, etc., se ha convertido en la regla, nunca la excepción. Llegar al hogar sin un rasguño, luego de salir del infierno en que se vive en las calles es considerarse un ser afortunado.
La imprudencia y la ignorancia se han adueñado de las arterias en toda la geografía, y de ahí que la horripilante muerte de 13 personas en Quita Sueño, Haina, luego de que una patana colisionara con una guagüita, demuestra la barbarie en que ha devenido el alucinante tráfico en sentido general.
Las señales son irrespetadas alegremente, y la anarquía que se evidencia en el transporte es de tal magnitud, que ni colocándole tres agentes de la DIGESETT a cada persona, se resolvería el pandemonio en las ciudades. El INTRANT, antes que contribuir a resolver el desorden, se las pasa dibujando cajones blancos y amarillos en las barriadas de la clase media alta, para comenzar a cobrar por estacionamientos, y de esa manera hacer mucho dinero en medio de esta crisis.
La imprudencia y la falta de sentido común desbordan lo imaginable. Santo Domingo está paralizado por los tapones que no dan tregua. Lo peor de todo es que no hay esperanza y el pavimento cada vez se torna más caótico y estresante.
Los motores se encargan de darle el toque infernal. Ni las aceras ni los barrios populares se liberan de sus injustificadas prisas.