El liderazgo político, económico y social no termina por entender que su comportamiento zigzagueante, irresponsable, indiferente o temerario en torno a temas esenciales para la estabilidad macroeconómica y garantía de gobernanza le restan conexión con una sociedad que cada vez más incrementa desconfianza en lo que hacen o dejan de hacer.
Partidos y gremios empresariales e instituciones de la sociedad civil emplean sus elevados grados de influencia para alimentar hoguera de disenso en asuntos tan relevantes como electricidad, déficit fiscal y estatutos sobre financiación de partidos y Ley Electoral.
A nivel interno, instituciones partidarias juegan a la ruleta rusa en bien instalados escenarios de sectarismo, oportunismo e insensatez, al punto que no se acuesta el sol sin que se informe de un nuevo problema de división o agravamiento de una crisis en sus senos.
En el plano económico cada actor o interviniente pretende imponer su propio juego, sin tomar en cuenta que para poder interactuar y desarrollarse, las fuerzas productivas requieren de reglas jurídicas y administrativas claras y transparentes, porque ninguna economía puede avanzar en el país del sálvese quien pueda.
Es poco lo que se ha logrado en término de consenso alrededor de urgencias nacionales, como redistribución del ingreso, seguridad ciudadana, incremento del empleo y mejoría en las relaciones obrero patronal, señales de que el caudal dialogante no ha sido más que conversación entre sordos.
Conviene advertir a Gobierno, clase política y mentada sociedad civil, que la Comisión de Estudios Económicos para América Latina (Cepal), proyecta reducir aún más la previsión de crecimiento económico de la región, estimado para 2015 en 2,2% del Producto Interno Bruto (PIB), lo que indica que vienen tiempos peores.
Además de sus problemas económicos y sociales, República Dominicana confronta graves desafíos que requieren de la unidad monolítica de Estado, Gobierno e instituciones de la sociedad, como sin duda son la renovada campaña de descrédito internacional contra el gentilicio nacional, traducida ya en amenazas directas contra los cimientos jurídicos políticos que sostienen a la nación.
El desenfreno migratorio y las tensas relaciones con Haití constituyen situaciones muy graves y peligrosas, cuyo abordaje y solución requieren de una elevada dosis de unidad nacional, que solo sería posible si el liderazgo doméstico recobra madurez, sensatez, responsabilidad, valor, buen juicio y alta dosis de patriotismo. Solo así.