El rostro de Margaro
“El trabajo del artista no es sucumbir a la desesperación, sino encontrar un antídoto para el vacío de la existencia”. (Woody Allen)
La muerte de un ser humano duele, y cuando ese ser humano ha formado parte de nuestra cotidianidad, se ha hecho parte de la familia a través de la magia de los medios de masas, nos ha hecho reír y ha sido parte importante de nuestro diario vivir, el dolor es doble.
La muerte del humorista Nicolás Díaz “Margaro”, nos enrrostra la ingratitud y la desprotección con que el Estado paga a quienes sirven a la sociedad de catarsis para paliar las carencias propias de países subdesarrollados como el nuestro.
Duele la falta de una política cultural que abrace a sus protagonistas en tiempos de escasez y de echarse la paloma para quienes vivieron momenos de gloria, pero no de abundancia económica.
El rostro de Margaro es el de otros que, como él, lo dieron todo en el humor, en la música, el teatro, el ballet, la pintura, la escultura y en otras áreas del quehacer artístico y hoy sobreviven en medio de carencias, burlas y desamparo.
Cuando se repiten historias como la del popular humorista fallecido ayer, también se hace repetitiva la petición de una política cultural más integral, más humana, más proteccionista, más equitativa, más pro arte. Una política cultural que vaya más allá de lo teórico.
Duele ver a un artista mendigar lo que como ciudadano por derecho le corresponde.
Pero duele mucho más ver a un artista mori