Editorial

Tozudas verdades

Tozudas verdades

El Banco Central ha ofrecido la desgarradora estadística que sitúa a República Dominicana como el único país, en una muestra de 17 naciones, que en los últimos 12 años registró una tasa de crecimiento anual promedio negativo en el salario mínimo real, además de señalar que es una de dos economías del continente con mayor resistencia a la baja en la pobreza.
El bajo nivel salarial se convierte en el principal escollo para que la pobreza se reduzca más rápidamente, una verdad del tamaño de una montaña expuesta por la autoridad monetaria y financiera, porque las remuneraciones en la base de la pirámide social se mantienen estancadas durante más de un decenio.

De poco sirve alentar un debate en torno a los ingresos mayores o menores de trabajadores del sector formal e informal, cuando se pretende obviar incontrovertibles cifras sobre el deterioro acelerado de los salarios mínimos reales en las grandes empresas (8.2%), mediana empresa (36.9) y pequeñas empresas (44.1%), lo que retrotrae el valor de esas remuneraciones al año 1979.
El Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep) sostiene que los gobiernos de los últimos diez años han desalentado el fomento de empleos formales, por lo que más del 60 por ciento de los empleos que genera la economía caen en el plano de la informalidad, aunque más útil sería debatir sobre el poder adquisitivo del salario real.

No debería ocultarse el escalofriante dato de que durante los últimos tres lustros, los salarios míninos apenas han sido indexados con la inflación pasada, lo que indica que en términos reales se ha producido un crecimiento negativo o un estancamiento, que equivale a prolongar pobreza y marginalidad.

El caso de las zonas francas, sector en franca recuperación económica, resulta paradigmático, pues el salario mínimo que ofrece resulta inferior en un 51.3 por ciento al valor del ofrecido hace 34 años, por lo que no puede decirse que ese sea un tipo de empleo “formal” o “digno” que requiere la economía dominicana.

La desgracia del empleo en República Dominicana no radica en la formalidad o informalidad, sino en su ínfimo poder adquisitivo, que se desprecia de manera acelerada a pesar de los pregones oficiales sobre control de inflación. Lo que no sube se estanca y lo que se detiene, en realidad retrocede.

En vez de promover inútil debate en torno a las bondades de los empleos formales e informales, Estado y empresariado deberían promover más y mejores oportunidades de trabajo con justas remuneraciones, en el entendido de que para adquirir bienes y servicios se requiere poseer relativa capacidad de compra y que no es posible persistir en la fallida receta de enseñar al burro a no comer.

El Nacional

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