El físico y matemático noruego, Johan Galtung, introdujo en los años 90 el concepto del Triángulo de la Violencia, señalando que, en la generación de los conflictos sociales, solo una parte de la violencia generada por los conflictos, es visible, mientras que el gran fenómeno que las origina, se mantiene oculto.
Por la semejanza, sería una especie de triángulo isósceles cuyos vértices inferiores sostienen las violencias desatadas en la sociedad, cuyo ápice es el apenas visible, una especie de iceberg al que se dirigen las políticas aplicables para contener las violencias.
Sin embargo, el esfuerzo es mayormente inútil, porque las violencias sociales no se solucionan si no se actúa sobre ellas todas, y esto implicaría tener en cuenta los tres vértices del triángulo, que presenta las siguientes violencias:
La visible, que es la directa, y se manifiesta con comportamientos que responden a la violencia, es la que se “ataca” desde las fuerzas represivas y con mecanismos más o menos legales, porque es la que se ve.
La estructural, centrada en el conjunto de estructuras que niegan las necesidades sin poder satisfacerlas por su dicotómica manera de “desordenarse”, no se ve porque está en la base del triángulo.
Y la cultural, que es la gran legitimadora de la violencia toda, y se manifiesta en las actitudes, siempre de defensa, siendo también invisible. Esta violencia cultural, controla a través de la religión, el derecho, el arte, la escuela, la familia, etc., desde donde crea un marco legitimador.
Estas dos violencias menos visibles son complicadas de reconocer, detectar su origen y prevenirlas, y exigen un cambio muy profundo que no todas las personas están en medida de realizar.
Si seguimos a Galtung y su triángulo, podríamos entender por qué hay tantas dificultades para cambiar hacia una ética del deber ser en la cotidianidad de nuestras administraciones de gobierno.
Y dos ejemplos actuales servirán para ilustrar: la negación a despenalizar el aborto por las tres causas reconocidas, y el nepotismo reciclado que, otra vez, se destaca en el gobierno actual, y ambos ejemplos, responden tanto a la deficiente estructura y al control cultural y son violencias.
Y Galtung tiene razón, no es posible acabar la costumbre inveterada si no se aborda la estructura y la cultura legitimadora. Los cambios que se hagan en el vértice visible, no durarán.
En el caso de la despenalización del aborto, es un deber del Estado. Sobre el nepotismo, las mismas personas nombradas, debieran rechazar la acción y declinar, que aquí hay mucha gente preparada que no son familia del gobierno.
Por: Susi Pola
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