Por el rescate de Ojeda
(2)
Héctor Minaya
héctorminaya9@gmail.com
Acceder a los restos de Alonso de Ojeda, que estaban sepultados dentro de la cripta ubicada a la entrada de las Ruinas de San Francisco, era un paso sumamente fácil.
Solo había que mover la tapa de bronce de la cripta, bajar unos cinco escalones y quitar el raquítico candado de la rústica tapa de varillas de la cavidad donde se hallaban las cenizas de Ojeda. Muchas veces el candado quedaba abierto por descuido del guardián que tenía a su cargo la seguridad de las ruinas.
Como travesuras de niños, en ocasiones, entrábamos a la cripta y sacábamos la caja de metal con las cenizas de Ojeda y entre gozo colectivo decíamos: “¡miren los restos de Ojeda!”, acción que hacíamos, quizás por ignorancia y sin saber el valor histórico real de este patrimonio.
Esa vulnerabilidad y aprovechando la confusión que creó el conflicto bélico de abril de 1965 fue que esta sustracción pasó inadvertida. Hoy las cenizas se encuentran en Ciudad Ojeda, Venezuela.
Hubo cambios de Gobierno y los problemas dejados por la guerra patria parece que superaban en cuando a preocupación al robo de las cenizas de Ojeda.
La custodia de los restos de Ojeda era responsabilidad de la entonces Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores. No exista la Oficina de Patrimonio Cultural ni tampoco el Ministerio de Cultura.
Al producirse movimientos en la composición de la cancillería dominicana en el Gobierno de Hector García-Godoy, que fue el que surgió al terminar la Guerra de Abril y luego en el de Joaquín Balaguer en el 1966, el caso de la sustracción de esa reliquia histórica no fue conocido y se quedó en el olvido.
Ojeda murió a finales de 1515 en San Domingo, en el convento de San Francisco y su voluntad expresa fue de que fuera enterrado en ese lugar.
El cronista el reverendo Fray Bartolomé de las Casas, el cual en su Historia de las Indias, dice así: «Finalmente murió (Hojeda) en la ciudad de Santo Domingo, paupérrimo y en su cama, creese que por la devoción que tenía con Nuestra Señora, que no fue chico milagro. Mandose enterrar en San Francisco a la entrada de la Iglesia, donde todos los que entrasen fuesen sus huesos los primeros a que pisasen», (Libro 19 Capítulo LXXXIL).
Fue un gesto humillante de Ojeda el que lo enterraran en la puerta principal del Convento de San Francisco, para que todos los que entraran al lugar lo pisaran. Era una mea culpa, al reconocer y admitir su error de haber matado y maltratado a los indígenas. Sintió el arrepentimiento por los cientos de indios muertos durante sus incursiones en el cacicazgo que dominaba Caonabo.
El hecho de haber venido enfermo a morir en esta tierra y expresar su forma de enterramiento, despeja cualquier duda de que las cenizas de Ojeda son un patrimonio cultural e histórico de la República Dominicana y que en la forma que desaparecieron sus restos se tipifica como un robo, censurado por la UNESCO, por lo que el país puede elevar una reclamación, basado en los diversos convenios internacionales, que protegen al país afectado por la sustracción.