Editorial

UASD

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Una huelga de catedráticos impide el inicio de docencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) con afectación directa sobre casi 200 mil estudiantes que corren el riesgo de atraso o pérdida del semestre académico, como si no fueran suficientes las limitaciones y precariedades que signan la docencia en ese centro.

La Federación de Profesores (Faprouasd) exige un aumento salarial de 40 por ciento, rehabilitación de los beneficios de la seguridad social, publicación de la nómina de empleados y asignación de un presupuesto a la academia equivalente al 5% del Presupuesto General del Estado.

Esa huelga, como todas las demás que se convocan en el sector público descentralizado, se caracteriza por el tremendismo de sus demandas y la carencia de voluntad dialogante por parte de las autoridades.

Es claro que la UASD no dispone de los recursos necesarios para otorgar un aumento salarial en las dimensiones que exige el gremio de profesores, pero con algo de interés, buen juicio y de reingeniería contable sería posible producir un incremento de sueldo que oscile entre lo ideal y lo posible.

La familia universitaria demuestra penoso desprecio por la unidad y el diálogo, como lo demuestra el hecho de que ni el rector ni el sindicato de maestros han hecho el menor esfuerzo por discutir o revisar propuestas y posibles soluciones al impasse que mantiene virtualmente cerrada a la UASD.

La rectoría está compelida por mandato de la ley a publicar la nómina de empleados fijos o contratados, como lo exige Faprouasd, porque además de despejar serias sospechas sobre privilegios políticos o académicos, se cumple con la rigurosidad del manejo transparente de fondos de los contribuyentes.

No es justo que se prive a casi 200 mil estudiantes de recibir docencia a causa de posiciones extremas asumidas por autoridades y profesores de la Universidad Autónoma que a esta hora deberían estar revisando los anacrónicos programas docentes, de extensión e investigación.

Lo que se reclama es que la UASD recobre el buen juicio y asuma el liderazgo que le corresponde ante una sociedad harta de conflictos y excusas en el alma máter, erigida hace más de cuatro siglos para propósitos de mayores relieves que la mediocridad que arropa a esa academia.

El Nacional

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