Antes, la identidad era palmeras, mar, arquitectura. Desempacaba la nostalgia otros detalles, volvía la niña a preguntarle a la maestra y un extraño ulular traía el viento.
Antes, el amor era reuniones, libros, trenes, oratoria. La pasión y el arte temas y el autoexilio: la línea. Solo cuando la niña asomaba en torbellino la cabeza, rompía papeles, revolvía los libros, volteaba el café sobre la mesa, ignoraba al marido y escribía sobre el blanco impecable, volvía el mar como un rugido de epiléptico en el amanecer de la conciencia y la luz a desdoblar con palmeras las persianas y un extraño ulular traía el viento.
Reinaban en el imperio del cuatro las paredes, pero llego con la brusquedad de los tambores, con la lejanía sensorial de lo cercano, la insomne aparición de la extrañeza. Se manifestaron los números y el siete, una tenaza golpeando contra el cuatro, hacha azul abriendo trechos, en la azul selva donde esperaban juntas Ochun y Yemayá y la pregunta, anuncio el séptimo imperio del lagarto.
Entonces la identidad era palmeras, mar, arquitectura, tambores, Yemaya y Ochun y la temporaria paz del agua. Agua-cero, como el circular origen de la nada y un extraño ulular traía el viento.
Entonces, el amor era reuniones, trenes, oratoria, Amilcar, Mandela. La clara oscuridad del instinto, el ¿esto es? convertido en ¿quién eres? Y el cinco una serpiente con manzanas
Y el cinco una gran S silbando el nombre de una isla y otro nombre como un trampolín de adolescentes esperanzas.
¡Esto es! Dijo el corazón. ¡Esto es! Repitieron por vez primera, conformadas la niña y la maestra, aferradas al avión, como de un lápiz. Era el imperio mutable del cinco, con sus serpientes y manzanas. La identidad y el amor ya unidas, eran palmeras, mar, arquitectura, tambores, Amilcar, Yemayá y Ochún, la clara oscuridad del instinto, la promesa, el lápiz, la alegría, pero un extraño ulular traía el viento.
Subrepticio, anunció el cuatro la vuelta de Saturno, sorpresivas descendieron las paredes.
Una inmensa red cuadriculó con tramas la isla, la S se convirtió en silencio, el cinco en tarbia derretida y entonces: la identidad y el amor eran palmeras, mar, arquitectura, tambores, la oscura oscuridad del instinto, el lápiz, la tristeza y la absurdidad del ¿esto es?, detenida, en medio de la calle, como una niña en sobresalto, ¿esto es?, como una hormiga en un transparente cubículo de plástico. ¿Esto es?, un cadáver implorante. En guerra el cinco contra el cuatro, el universo se volvió un nueve y un extraño ulular de voces trajo el viento.
Espejo, proyectó la isla al cosmos su esfera y la sombra en reflejo-como una barrena gigantesca redondeó los bordes. Se volvió la isla una pelota en manos de una gran ronda de poetas.
Una pelota en manos de una gran ronda de escolares: ¡Esto somos! ¡Esto eres! Una rueda, aplastando sin violencia- el ¿esto es?