Los días pasan, nos vamos volviendo viejos, y el amor no lo… expresamos como ayer. En cada conversación, cada beso, cada abrazo, se esconde siempre un pedazo…de lo que fue”.
Quizás nadie como Pablo Milanés, supo definir este estado donde los días pasan tan rápido que una siente que en cada conversación, cada beso, cada abrazo, se nos va la poco a mucha vida que tenemos.
Cuatro amigos entrañables desaparecieron en el 2023. Recuerdo el llanto de Bacho cuando abrazaba a Marcelo Bermúdez. El sabía, que era el último abrazo. Como lo sabía Iván Rodríguez, feliz en sus últimos días con su medalla a la solidaridad, el más alto galardón que otorga Cuba.
Siete días después se incoporó a esos “animales de galaxia”, que, según Silvio, van matando canallas, con su cañón de futuro.
Ahora, los momentos son preciosos. Nos contemplamos a la hora del café matutino con la alegría del amor maduro, ese que se basa en los pequeños detalles de la ternura.
Ahora, las calles dicen: Fíjate por donde pasas, porque nos han pisado antes y millares nos pisaran después. Ahora tu ocupas esos pasos, los ajenos y futuros, con tu andar precario, con tu precario equilibrio.
El balcón ya no es el mirador hacia el océano, la celebración de los cedros en flor, los árboles de uva de playa, ahora es un espejo, y la joven que atraviesa la calle quienes fuimos. La niña, las primeras experiencias alegres o tristes de la escuela. Vitico el infante terrible; Orlando Minicucci, el novio platónico; Mayra Cocco, la mejor amiga; Miriam Girbes la mas admirada de todos los rebeldes; Cornelia Margarita, la mejor estudiante; Liliana y Mayerling, las más sofisticadas; Peng Kiam el intelectual precoz, otras, las terribles exponentes de sus complejos de superioridad.
Y, en Secundaria, Amparo, aplicada y estudiosa; las profesoras Hernández, Doña Venecia, la profesora Vincent, la profesora Monegro, el profesor Curiel. ¿Donde están hoy? ¿Dónde mis primas amadas? En esta geografía de dispersos afectos donde un “nos tenemos que ver” siempre pospone las memorias felices de la infancia.
La vejez es irse quedando solos en la vida cotidiana, aunque las masas te reconozcan y te abracen, cuando es tiempo de masas.
La vejez es aferrarse al otro como un ancla, para enfrentar los lógicos temores al cáncer, la ceguera, la memoria.
Ahora sabemos que esas pérdidas inexplicables, esas miradas ausentes, son las del olvido. Ese feliz olvido que es también morirse en vida.
Somos juventud acumulada, somos abuelos de una humanidad que posiblemente no tenga nietos.
Llueve a cántaros. Hay que cerrar las ventanas, las del corazón, y en silencio amar –de verdad- la vida, al otro y otra.