El Foro Caribe Naranja volvió a demostrar que el futuro económico de la región no depende exclusivamente de zonas francas o turismo, sino de la capacidad para transformar creatividad en innovación y tecnología en desarrollo.
En su quinta edición, el Foro puso en evidencia que la economía naranja ya no se limita al arte o la cultura: constituye un ecosistema que combina talento, conocimiento y tecnología para generar valor, empleo y proyección internacional.El gran desafío radica en que la creatividad continúa percibiéndose como un complemento estético, no como una estrategia de competitividad.
Mientras el mundo digital redefine los modelos de negocio, en muchos países del Caribe y América Latina las industrias creativas siguen luchando por el reconocimiento institucional que merecen. Sin embargo, las experiencias compartidas durante el Foro evidenciaron que los territorios capaces de vincular tecnología y cultura son los que mejor capitalizan su identidad en el mercado global, generando exportaciones creativas y atrayendo inversión extranjera a partir de su capital simbólico.
El panel “Creatividad y tecnología: herramientas para la nueva economía cultural” lo demostró con claridad. La inteligencia artificial, la realidad aumentada y las plataformas digitales no sustituyen al creador, sino que le sirven de complemento y aliado: amplifican su alcance, diversifican su público y multiplican su impacto económico.
Los expositores Tabaré Blanchard y Lena Vargas mostraron cómo, con las herramientas adecuadas, un creador puede convertirse en empresa y un emprendimiento local, en marca internacional. La tecnología democratiza el acceso, reduce los costos de producción y abre oportunidades globales para quienes antes quedaban fuera de los grandes circuitos.
Las herramientas y el talento están, ahora falta pasar de la inspiración a la innovación.
Alejandra Luzardo, fundadora y CEO de Boomful, advirtió que, sin inversión privada y sin alianzas público-privadas, la creatividad se queda en discurso. Por su parte, Javier J. Hernández presentó el caso de Puerto Rico, donde la cultura popular, gestionada con visión tecnológica, se ha convertido en motor económico y símbolo de identidad global.
El fortalecimiento de la economía naranja exige una educación alineada a los nuevos tiempos: escuelas que enseñen pensamiento creativo, universidades que conecten arte con ciencia y políticas públicas que incentiven la investigación aplicada a la cultura. El talento requiere un entorno que combine sensibilidad artística con competencias digitales.
El sector privado también tiene un papel determinante. Invertir en creatividad es apostar por la innovación, la reputación y el valor agregado. Las empresas que incorporan la dimensión cultural en su estrategia logran diferenciarse y conectar emocionalmente con sus audiencias.
Lo que está en juego no es solo el crecimiento económico, sino el tipo de sociedad que se quiere construir. ¿Aspiramos a una que consuma cultura o una que la produzca? ¿Queremos una que imite o una que innove? La economía naranja, en esencia, plantea una pregunta incómoda: ¿de qué vive un país que no invierte en su propio talento? Esa reflexión debería guiar cualquier política de desarrollo que aspire a ser sostenible y verdaderamente nacional.
En ese contexto, el homenaje a María Amalia León fue un recordatorio de que la cultura sigue siendo una fuerza transformadora cuando se le da propósito y visión. Pero más allá de los reconocimientos, el verdadero reto es asumir que la creatividad y la tecnología no son territorios opuestos, sino aliados estratégicos. El día en que un país entienda eso —y actúe en consecuencia—, habrá dado el salto del discurso al desarrollo.

