La corrupción en nuestro país es una cultura. Este flagelo que destruye las instituciones y empobrece la nación es un mal de tal envergadura que Don Rafael Herrera en uno de sus editoriales sentenció que, “Aquí todos somos corruptos”. Los partidos políticos y las instituciones son madrigueras de cohecho, y quien cohabita en esos espacios nunca podrá lanzar la “primera piedra”.
Con la dilatada vida política que ha llevado la doctora Milagros Ortiz Bosch, está en pleno derecho de vociferar a todo pulmón, “Senectud, divino tesoro”. Como en una época fue la consentida del doctor Peña Gómez, ahora demuestra tener igualmente sus «predilectos», excomulgando a los que no pertenecen a ese redil de privilegiados.
Sus declaraciones a raíz de la visita al Congreso Nacional, en donde dijo, refiriéndose a las auditorías emitidas por la Contraloría General, que, «No son graves y se pueden subsanar», la invalidan para en otra oportunidad referirse a la corrupción como contrariedad que golpea a la sociedad.
Más que juez, la doctora Milagros Ortiz Bosch muestra ser parte, y una vez más exhibe su favoritismo por algunos de los actores que interactúan en la vida pública. Balaguer le quedó chiquito a la directora de Ética e Integridad Gubernamental cuando dijo que la corrupción de los reformistas no era tal cosa, sino «indelicadezas».
«Yo maté a una persona; lo digo para que me apliquen los correctivos de lugar y no matar a otra», parece ser el meta-mensaje que emite la doctora Ortiz Bosch cuando ante garrafales actos dolosos que conllevan a persecuciones penales, se lanza a los brazos del «dejar hacer, dejar pasar».