Opinión

A Rajatabla

A Rajatabla

Imagen  del pasado
Mi memoria se asemeja a veces a un escritorio desordenado donde los papeles aparecen sin buscarlos o desaparecen cuando más se les requiere, razón por la cual, recuerdos de la celebración de Navidad y Año Nuevo durante mi niñez y adolescencia en mi viejo barrio de San Carlos llegan a mí como agua desparramada entre las manos.

En ninguna parte como en nuestra barriada la muchachada disfrutaba tan intensamente de los festejos de Nochebuena, Navidad y Año Nuevo, jornadas de alegría solo podían ser comparables con los tiempos de Carnaval cuando los diablos cojuelos y la “Muerte en yipe” nos correteaban calles arriba y abajo, como respuesta al coro de “¿muchachos que quieren?”  “¡vejigazos!”.

¿Cómo olvidar los estruendos de los “cohetes chinos” y los “torpedos”, los fogonazos multicolores de la “vela romana” y de los “volcanes”, así como los destellos de la “pata de gallina”?

La noche buena se comía como nunca, pues todo el vecindario intercambiaba platos con la misma receta de puerco o pollo horneado, ensalada rusa y criolla, pan telera y pasteles, pero con sabores propio de cada cocinera.

Ese día nuestros mayores nos permitían un sorbo de ron, cerveza, ponche o de aquel “anís confite que sabe a besos de mujer”, tras lo cual nos creíamos hombres y hasta hacíamos el papel de adulto embriagado. En verdad, esa era una de las ocasiones en que nuestros padres y hermanos nos dedicaban mayores y mejores atenciones.

El estruendo de los cohetes al explotar era para nosotros como de sinfonía que combinado con el cielo multicolor por el bombardeo de velas romanas, causaba una especie de éxtasis que nos transportaba al mismo paraíso.

Los mayores también disfrutaban las navidades a plenitud con fiestas caseras durante la cual todos bailaban, gozaban, comían y bebían, muchos hasta emborracharse, sin pleitos ni ofensas, pero con la aplicación estricta de regla no escrita de que “el borracho a la cama”.

La Navidad era diferente al día de Nochebuena, pues en vez de juergas, borrachera y cohetes chinos, prevalecía el “glamour” entre grandes y chicos, quienes lucían sus mejores galas para visitar a parientes y amigos en jornadas de relación familiar y amistosa donde no se le ponía mucho caso al aguardiente.

Ese era un día particularmente especial porque uno “estrenaba” pantalón, camisa, zapato, calcetines y calzoncillo y se “untaba” vaselina en el pelo para lucir aun más pepinito y juntos a otros mozalbetes dedicarnos a “hacer esquina” a las muchachas de nuestros sueños.

El problema mayor lo constituía el ineludible compromiso de devolver a nuestro mayores la ropa recién entrenada sin ningún sucio o mancha, porque esa vitualla pasaría en loa delante a ocupar el sacrosanta misión de “ropa dominguera”.

Episodios tan dolorosos como la Guerra de Abril no impidieron que los niños de mi viejo barrio procuraran un estallido de alegría durante Nochebuena, Navidad y Año Nuevo de ese tiempo y es justo reconocer también que nuestros mayores  hicieron todo lo posible para desalojar la tristeza de la comarca sancarleña.

Hoy, cuando el otoño se anida en mi cabellera, esos recuerdos de infancia se aglomeran como torbellino en mi memoria para recrear la expresión aquella de que el pasado siempre fue mejor, aunque notifican el compromiso de consolidar el núcleo familiar para que nuestros hijos también rememoren sus mejores años.

Es por eso que los votos hoy van dirigidos a que la familia dominicana disfrute a plenitud estas celebraciones para que los sentimientos de alegría, fe y esperanza que causa el nacimiento del Redentor se anide por siempre en todos los hogares.

El Nacional

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