Opinión

Abril en la literatura

Abril en la literatura

Sobre la revolución y guerra patria de abril se han escrito cientos de ensayos, artículos, crónicas, fábulas, cuentos, novelas, poemas, ciencia ficción y miles de mentiras, todo apoyado en que el evento constituyó —junto a las luchas contra la intervención norteamericana de 1916 y la dictadura de Trujillo— uno de los episodios de mayor relieve del Siglo XX en nuestra historia.

Por eso, en abril de cada año surgen nuevos libros, artículos y declaraciones sobre aquel estallido heroico, anexándose a los ya asentados en múltiples bibliografías. Y lo asombroso de todo es que cada libro, cada artículo, cada poema u obra de ficción, presenta la contienda desde diferentes interpretativas, dimensionándola hacia la sospecha, hacia la vinculación —o desvinculación— de los hechos y sus protagonistas, en actos de heroicidades, cobardías, frustraciones y pasiones.

Esos nuevos artículos y libros de historia que salen al mercado cada año, se unen a las casi tres docenas escritos desde múltiples análisis. Sin embargo, otra de las inclinaciones literarias acerca de aquel glorioso abril está dedicada a la poética del esplendor, ese lenguaje que escarba los episodios en donde el dolor se cuece junto al heroísmo y que, en plena resistencia armada, llevó a escritores como Jacques Viaux, Franklin Domínguez, Miguel Alfonseca, Juan José Ayuso, René del Risco, Antonio Lockward, Iván García, Rafael Vásquez, Ramón (Chino) Ferreras, Añez Bergés y otros —entre los que me incluyo— a la producción de cantos, poemas, narraciones y artículos sobre lo que real, o imaginariamente, ocurrió en aquel asedio de tropas nacionales y yanquis, a los hombres que lucharon, primero para recuperar la legalidad del Gobierno Constitucional surgido en las elecciones de diciembre del 1962, y luego para oponerse a la intervención de tropas norteamericanas que desembarcaron el 28 de abril de aquel neurálgico año.

Y esa abundante bibliografía de ensayos y ficción creció porque aquella resistencia se escenificó en una apretada geografía de algo más de cincuenta cuadras de hormigón y asfalto, correspondientes a la vieja ciudad intramuros, cuatro del antiguo Ensanche Primavera, todo aprisionado por la desembocadura del río Ozama en el Este, el Mar Caribe en el Sur, y las avenidas Máximo Gómez y San Martín en el Oeste y Norte.

Esa apretada geografía, luego de la virtual derrota de las tropas wessinistas tras la caída de la Fortaleza Ozama y la impenetrabilidad del Puente Duarte, fue cercada por cuarenta y dos mil soldados norteamericanos, otros mil ochocientos setenta y cuatro de la llamada Fuerza Interamericana de Paz (FIP), comandada por el general brasileño Panasco Alvin, que integraban 250 soldados de Honduras, 184 de Paraguay, 170 de Nicaragua, 20 policías de Costa Rica, y 1250 soldados de Brasil, con el desgraciado anexo de veinte mil hombres de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional del país.

Pero esas apretadas cuadras fueron testigos de una de las mayores hazañas de heroísmo, traición, justicia, dolor, amistad, cobardía, venganzas, arrepentimientos, celos, egoísmos, vilezas, y de algo que jamás puede faltar cuando se resiste contra los odios y se estremecen la conciencia: el amor.

El Nacional

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