Opinión

Ana María Acevedo

Ana María Acevedo

Hay razgos que definen a una personalidad. En el caso de Ana María Acevedo, dirigente del PRD y su encuestadora oficial, lo que más me llamó siempre la atención fue su autenticidad.

Ana era hija de Ma Tatá, una campesina que fue luego trabajadora doméstica y como muchas de ellas embarazada por el dueño de la casa. Tuvo una sola hija, Ana María, idéntica físicamente al padre, lo cual provocó que (fiel a la tradición más repugnante de la clase media), la familia del padre se negara a reconocerla.

Ma Tatá se peinaba con cuatro moñitos y fumaba un cachimbo y Ana nunca se avergonzó de su madre, ni trató de ocultarla, como hacen los recién llegados a la clase alta o media, integrándola a todas las actividades de la casa.

No sé si ello contribuyó a su temprana conciencia política y a su enrolamiento en un movimiento político, para los sesenta clandestino, donde participaron muchos militantes venidos del campo. La conocí en ese periodo, teñida de rubio, como si con ello, ingenuamente, lograra despistar la terrible represión de los años del balaguerato más sombrío.

Ana era campechana y su risa era contagiosa. Vino del campo y se hospedó en uno de los pocos apartamentos que para ese entonces se atrevía a alquilar una mujer sin el respaldo de su familia o “representación” de un hombre. Si además lo habitaba la única negra con afro en esos años y una pajonúa recién llegada de Nueva York, entonces era impensable creer que no llamaríamos la atención.

Recuerdo que nadie respondía mis saludos en ese edificio hasta que un día recibimos la visita de las “viudas heroicas”, Gladys, y Myrna entre ellas, y una piadosa señora nos tocó a la puerta para pedirnos perdón, porque hasta ese momento había pensado que éramos “cueros” (muchos compañeros llegaban tarde en la noche y dormían en el cuarto de servicio) y ahora sabía que éramos “comunistas”.

La risa de Ana María nos despertó y luego no sabíamos si alegrarnos ya que ser cuero no implicaba el riesgo a nuestras vidas que implicaba la presunción de que éramos comunistas, en un tiempo en que serlo era candidatearse para el patíbulo.

Yo me fui una vez más del país y fuera me enteré de su matrimonio con el más buenmozo de los dirigentes estudiantiles de la UASD, Radhamés Abreu.

En Chile aprendió a hacer encuestas y pronto comenzó a trabajar con el PRD, deslumbrada por la humanidad de Peña Gómez. Amiga de todos nadie sufrio como ella la división del “buey que mas jala”que ella. Desde donde esté estoy segura que luchara para que los que tanto quiso se reconcilien.

El Nacional

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